Despedimos a True Blood, una de las series más exitosas de los últimos años, que echa el cierre tras siete temporadas.
HBO siempre se ha caracterizado por tener una de las remesas de series más exitosas de todos los tiempos. Los Soprano, A dos metros metros bajo tierra, The Wire, Sexo en Nueva York o más recientemente Juego de Tronos son algunas de las series que ha dejado la cadena para la posteridad. Aprovechando el tirón que los vampiros han tenido siempre en el cine y en la televisión, Alan Ball (creador de A dos metros bajo tierra) decidió crear una serie vampírica pero muy distinta a todo lo que habíamos visto anteriormente. El resultado fue True Blood, una orgía al entretenimiento audiovisual que ha marcado a una generación.
True Blood comenzó su andadura como una serie de amor, sexo, terror y vampiros. Su primera temporada asentaba las bases de lo que veríamos en estos siete años pero cambiando muchas cosas. Su trama principal, la relación de amor entre Sookie y Bill Compton (Anna Paquin y Stephen Moyer, pareja en la vida real), se entremezclaba con tramas sobrenaturales donde había espacio tanto para hombres lobo, brujas e incluso cambia formas. Hasta la quinta temporada, donde los vampiros volvieron a ser los protagonistas, True Blood siempre se caracterizó por cambiar el tono y los villanos de cada temporada, algo que está consiguiendo muy bien ahora American Horror Story.
Pero lo que nunca cambiaba era su alto contenido sexual. Desde siempre, hemos sabido que los vampiros se mueven por la lujuria, pero nunca lo habíamos visto como lo hemos visto en True Blood. Cada temporada aumentaba mucho el alto contenido sexual, salvando las últimas donde dicho contenido ha quedado reducido a la última expresión. El sexo también movía el argumento de la serie sobre todo por los líos amorosos que se traía entre manos Sookie, que no sabía si elegir entre Eric o Bill, e incluso saber si quería probar algo diferente con el Alcide, el hombre lobo.
En las últimas temporadas, los villanos siempre fueron otros vampiros que ansiaban por encima de todo el poder y la codicia. Esto descolocó un poco a la audiencia que siempre estaba dispuesta a ver algo nuevo en cada temporada, pero que los vampiros fueran también los nuevos villanos ayudaba mucho a la serie, ya que no se estancó y consiguió ser original. Cierto es que en muchas ocasiones la audiencia no ayudaba a la serie, pero siempre que se aproximaba el final de la misma, estas crecían.
Ahora siete años después todo termina. Y termina con una temporada que ha ido de menos a más, pero que ha dejado un último capítulo bastante flojo y decepcionante para lo que se esperaba. Cierto es que esta última temporada ha sabido cerrar todas las tramas de una manera muy digna y eso le ha podido perjudicar en más de una ocasión. De hecho con el inicio del mismo todos podíamos haber pensado que el final iba a ser épico con tintes dramáticos, pero ha sido mucho más dramático que épico. Hay que recordar que los cierres de temporada de True Blood siempre han sido de los mejores de la televisión actual.
True Blood es una serie que ha conseguido sobrevivir con un tema, el vampírico, que se ha visto relegado a un segundo plano con la aparición de los zombies. Aún así, mientras los zombies siguen comiendo el cerebro de cientos de espectadores (The Walking Dead ya empieza a tener síntomas de agotamiento) los vampiros de True Blood (que también han tenido un agotamiento bastante notable) han sabido dar un cierre más que digno a sus siete años en antena. Así, hemos visto cerrada las tramas de Sookie y Bill, de Eric y Pam, de Hoyt y Jessica e incluso hemos visto sentar la cabeza a Jason Stackhouse.
True Blood se despide como una de las series referencia en el audiovisual del terror (sin tener una dosis muy alta de terror) y sabiendo muy bien donde termina, el cómo ya es otra historia que queda en manos de todos los espectadores. Lo cierto es que no dejará indiferente a nadie.
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