El retorno de Jafar

El retorno de Jafar: «Cuidado, ¡qué vas a chafar (jafar) la lámpara!»

Si El imperio contraataca era una segunda parte magistral y si El padrino II dejaba boquiabierto a más de uno por su valentía, por la crudeza de su propuesta, El retorno de Jafar no defrauda a ese tipo de paladares ávidos de la más grande las historias. Estamos ante una de esas segundas partes que uno no puede ni atreverse a olvidar (ni debe), superando incluso a la sobrevalorada y pirotécnica bravocunada de Nolan en El Caballero Oscuro.

 

El retorno de JafarWalt Disney decide adentrarse por el camino de los valientes en esta descarnada secuela en la que lo vertiginoso y lo exultante se dan de la mano para crear así toda una serie de consecuencias en las que cada uno de sus elementos no son entidades aisladas, sino que convergen en una para crear una entidad artística inigualable y carente de aristas que hagan dudar de validez de la misma.

 

Puede que los mas escépticos señalaran alguna de sus similitudes con obras clásicas como el Ulises de Joyce o La apuesta Dorada el famoso libro del escritor Arias Camino que obtuvo numerosos premios en algunas inmediaciones costeras del mediterráneo, pero lo que es innegable son las fuerzas de sus imágenes, el colorido de su fotografía, que a pesar de ser dibujos animados, los directores insistieron en usar focales largas para la grabación de dichos planos. También se hizo uso de algunos grandes angulares para eludir las ya inexistentes profundidades en la imagen y aplastarla. Una especie de despiadado regodeo de las dos dimensiones que nos dan los dibujos. Un bocadillo de pan y pan para que no se nos olvide que a veces «el menos no es más» sino que «el más y el más hacen mucho más». Lo sabían los egipcios con sus pirámides, lo sabían los Mayas, lo sabia el Imperio Romano y bien que lo sabe Michael Bay con sus Transformers que han ido de más y más en lo que aparatosidad se refiere.

 

En lo que respecta a la musicalidad de la obra, las canciones fluyen a lo largo de la película como todo un manantial de promesas que nos hace pensar que la salvación y lo maldito a veces van de la mano y pueden entrar en razón, entenderse y llegar a conclusiones en las que quizás el más valiente de los filósofos jamás se hubiera atrevido a proferir en sus discursos. No se trata de entender al mal, nunca se ha tratado de eso, parece decirnos la película continuamente. Se trata de apostar con él y quizás llegar a algunas negociaciones impulsadas por un interés común (y quizás socialista).

 

Es esto lo que nos brinda la visión de esta película disfrazada de película infantil, al igual que El Padrino, que es una peli disfrazada de película de mafia cuando de lo que realmente quiere hablarnos es de la familia en su forma mas shakesperiana.

 

Jafar

 

El retorno de Jafar está más cerca al 2001 de Kubrick que a los escandalosos eventos cirquenses que nos tiene acostumbrados Disney. Y es que las referencias a Kubrick son constantes (la lámpara del genio bien podría ser el monolito de Kubrick), así como su puesta en escena y algunos movimientos de grúa, que pasan desapercibios al ser dibujos animados, pero que están ahí, indudablemente, bajo el poro pictórico. Su arrebatador inicio es toda una declaración de intenciones: Jafar (que no el Joker, aunque ambos empiezan con J y terminan en R) es liberado de la lámpara. Es decir, el mal es liberado de una botella por las ansiedades humanas. No hay forma más metafórica que esta para representar en imágenes el conocimiento, y las desgracias que conlleva, superando incluso El mito de la caverna o la imagen de Prometeo robando el fuego sagrado y haciéndole un debido, pero respetuoso, corte de manga a los dioses.

 

Una pequeña y condenada obra maestra. Así, sin más.

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