«Quiero seguir buscando todo lo que preparó hasta el final«
Al principio yo era Sori Lee. Nadie se metía conmigo, pero se metían con mis amigos. Y no lo aceptaba. Y a veces acababa en peleas que no podía ganar por el simple hecho de que sólo conducían a más peleas, insultos, dolor y sufrimiento. Luego llegarían el parche en el ojo y las orejas de soplillo tan típicas entre los chicos de mi familia. Y me convertiría en el Pirata Garrapata, Dumbo y algunos imaginativos epítetos más que elegí no recordar porque prefería reírme de mis ‘taras’ yo primero para no mostrar ni un ápice de debilidad en la jungla de colmillos en que se puede convertir una clase de primaria.
Pero al llegar la secundaria ocurrió lo que todos estábamos viendo llegar. Mis amigos repitieron curso y desaparecieron víctimas de un sistema educativo que no contemplaba la más mínima diferencia entre los trabajadores del mañana que buscaba formar. Y el proceso volvió a repetirse. Nuevas víctimas de entre los más introvertidos fueron seleccionadas por los matones de la clase y volví a estar en el centro de un torbellino que, sin yo saberlo, había subido de nivel al cambiar el ciclo educativo. Los chistes y los motes dieron paso a la construcción de lanzallamas caseros con desodorante y un mechero o a los disparos con pistolas de aire comprimido en los genitales. Y yo siempre estaba presto a recibir mi dosis de maltrato a cambio de mantener mis ideales intactos. Suena bonito y heroico, pero no se traducía en más que otro pardillo más a manos de los machacas de siempre, que salían impunes de todo.
«Quería darle las gracias, pero…«
Un día, de camino a clase, me alcanzó uno de los bullies. Y, para mi sorpresa, aquel psicópata en lugar de buscar mi tormento como desayuno para un día más tirado de su juventud, me dijo una palabras que aún hoy resuenan en mi cabeza: «Tú molas P, pero molarías más si eligieras mejor a tus amistades«. Creo que nunca jamás he estado tan seguro de mis elecciones personales como lo estuve en ese momento. Creo que nunca supe por qué me metía en esos líos realmente, pero entonces supe con quiénes no quería estar.

Tu Carta. Un dibujo sencillo que encierra multitud de sentimientos y conecta con el lector
Tu Carta, de Hyeon A Cho, resuena en mi alma no sólo por los abusos recibidos durante mi estancia en el colegio de curas en el que me formé. Resuena porque desde aquellos tiempos creo que cada pequeña acción que hacemos por los demás, por ínfima que sea, termina revirtiendo en nosotros mismos: Nosotros somos los principales beneficiados por nuestros espontáneos actos de bondad. El tiempo me ha terminado dando la razón a través de una vida llena de tumbos, sorpresas, terrores y aventuras de la que hoy, aún con bastante de ella por disfrutar, puedo decir que no me arrepiento de ninguno de sus momentos.
«… Cada vez que intento hacer lo correcto, las cosas parecen empeorar«
Las peleas y los abusos, en el peor de los casos, me han enseñado empatía y a detectar ciertas cosas antes de que ocurran, al igual que a la protagonista de este relato le sirven para, de manera inconsciente, volver a saltar cual resorte cuando vuelve a detectar al bully en su nueva escuela. Y el carácter y los ideales que he defendido durante toda mi vida me han granjeado unas amistades maravillosas y una esposa a la que adoro y que profesa por mí idénticos sentimientos del mismo modo que le procuran a nuestra protagonista unas amistades inquebrantables con gente maravillosa.

Tu Carta: No os hacéis una idea de lo liberadora que es esta escena…
Y ese es el principal mensaje de Tu Carta: Que ninguna buena acción es inútil y ningún acto de bondad cae en el olvido.
Quereos.
Y muchas gracias a Norma Editorial por poner esta obra maravillosa a nuestro alcance.
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