¿Cuánto estaría dispuesto a dar un hombre casado por verse liberado de su matrimonio durante una semana? Sin reproches, sin ataduras y vuelta a la normalidad. Esa es la premisa de esta nueva burrada de los hermanos más incorrectos de la comedia americana. Puede parecer simplona, y de hecho lo es -como la mayoría de las películas de los Farrelly– pero desde luego es un punto de partida con el que muchos hombres -y también muchas mujeres- se verán identificados.
Rick (Owen Wilson, De boda en boda) y Fred (Jason Sudeikis, Saturday Night Live) son dos amigos de toda la vida felizmente casados con Maggie (Jenna Fischer, The Office) y Grace (Christina Applegate, La cosa más dulce) respectivamente. No obstante, no pueden evitar sentirse atraídos por el sexo opuesto(en general) y sus esposas, hartas de esta situación, deciden darles carta blanca.«Yo porque estoy casado que si no…»; si no, ¿qué?, es lo que aquí se plantea.
De ahí en adelante todo tipo de chistes verdes de diferente grado. Algunos muy acertados y ocurrentes, otros repetitivos y vistos hasta la saciedad, pero al menos, repartidos (casi) en porciones iguales. Eso si, con la escatología de la casa esperando a la vuelta de la esquina.
Peter y Bobby Farrelly tienen una capacidad sorprendente para aunar en sus trabajos la sensiblería más ñoña y las situaciones más obscenas y que aún así, el espectador se la coma con patatas. Para muestra un botón: en Amor ciego (2001) son capaces de perpetrar cualquier tipo de chanza con la obesidad como excusa, pero la idea del conjunto es una metáfora sobre la belleza y su paradero. A estas alturas deberíamos estar acostumbrados, pero bestialidades como la escena del jacuzzi (en esta Carta Blanca) me siguen dejando con la boca abierta.
Pese a que no recuperan la frescura de sus primeros largometrajes -es cierto que no pasarán a la historia del cine como obras maestras, pero coetáneos míos nacidos en los ochenta coincidirán en que a películas como Dos tontos muy tontos le falta poco para que se la considere de culto- sí que remontan el vuelo después de refritos romanticones sin interés alguno más allá del lucimiento de la estrella del desaguisado en cuestión.
El reparto tiene poco que aportar. Jim Carrey o Jack Black -por citar algún fetiche- te llenan una película pero Wilson y Sudeikis, aunque la sosería del uno complemente el histrionismo del otro, son aburridos cual misa mañanera. Es algo personal, pero no entiendo cómo este rubiales con pinta de surfero se ha podido labrar semejante carrera como actor (está en lo nuevo de Woody Allen) -como guionista, por otro lado, tiene The Royal Tenenbaums (Wes Anderson, 2001) en su haber, querámosle por ello- careciendo de carisma y portando una nariz tal difícil de mirar -sus primeros planos asustan-.
Mención especial merece Richard Jenkins, secundario habitual para los hermanos, que generalmente pasa desapercibido pero que después de la maravillosa The Visitor (Thomas McCarthy, 2007) resulta muchísimo más cómica su aparición.
Por aquí también aparece el gran Stephen Merchant, co-creador de absolutamente todo lo que hace Ricky Gervais, pero con un papel sin peso. Las chicas, todas ellas de una belleza apoteósica, poco más que el acto de presencia necesario para la réplica. En el papel de las esposas, por el contrario, tanto Fischer como Applegate están comedidas y cumplen a la perfección.
Al final, los filmes de los Farrelly son excusas para colar todas las nuevas barbaridades que se les han ocurrido a través de las vicisitudes de la vida, con una visión optimista que se ve reflejada en las bandas sonoras -supervisada por el señor Tom Wolfe– y las localizaciones soleadas. Y éste no es una excepción.
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