Una recomendación para los hipocondríacos: no vayáis al cine a ver Contagio. Steven Soderbergh se adentra en el terreno de las pandemias para analizar y describir la «vida» de un virus que amenaza con diezmar a la población mundial. Para ello el director se rodea de un reparto coral que representa las distintas vertientes del conflicto: los médicos, la relación con la prensa, los ciudadanos anónimos, los enfermos, la política… Así, somos espectadores del desarrollo de un mismo problema desde múltiples puntos de vista.
Un problema, el de la expansión de un virus mortal, que se puede observar, a su vez, desde una doble perspectiva: la médica y la social. Al mismo tiempo que este microorganismo se multiplica y reproduce sin freno acabando con todo humano que se cruce por delante, el miedo y la desesperación se van extendiendo con idéntica velocidad.
Detalle importante (y metafórico) al respecto es la evolución de la trama «periodística», con una crítica a la actual sociedad de la información latente pero punzante, en donde la especulación y los rumores se convierten en armas peligrosas y desestabilizadoras. Creciendo como el propio virus, se un simple vídeo surgen tantas teorías que es imposible discernir cual es la verdad y cual no.
El resto de puntos de vista se desarrollan (en mayor o menor medida) siguiendo la misma lógica, en un in crescendo que pone en relieve muchas otras críticas a nuestro sistema social (todos no valemos lo mismo) y económico (una catástrofe siempre enriquece a alguien).
Y todo esto lo hace huyendo del morbo y del sensacionalismo, pero sí buscando resultar escalofriante. Para ello Soderbergh toma una actitud distante, casi clínica ante lo que nos está contando. Esta objetividad lejos de alejarnos de la narración nos provoca un mayor malestar y ansiedad.
Y para potenciar estas sensaciones el cineasta se sirve de una fotografía con tonos muy fríos, un montaje limpio, sin florituras, que se apoya en planos fijos y una música electrónica que nos recuerda que la amenaza sigue presente. Contagio no nos da tregua alguna, pero lo más inquietante es lo creíble y cercano que resulta todo a pesar de su carácter apocalíptico.
Raro es quien no sale de la sala evitando no rozarse con nadie o girándose al escuchar toser a alguien.
Deja un comentario: