In Time

In Time: Convirtiendo el vino en agua

En todas y cada una de sus películas, Andrew Niccol ha tocado temas que afectan a la condición humana, la ética y nuestra evolución como ser social. Unas veces llegando hasta las últimas consecuencias como en Gattaca o El señor de la guerra, y otras veces diluyendo esos temas en propuestas con un tono más convencional (comercial), caso de Simone o In Time. En ellas además, suceda lo que suceda e independientemente del fondo que tengan, se muestra complaciente con sus protagonistas (de una forma u otra siempre salen victoriosos) juzgando con contundencia, sin embargo, el entorno que los rodea.

 

La premisa de In Time no desentona con lo hecho hasta ahora por Niccol, todo lo contrario, no puede ser más prometedora: En un futuro distópico el ser humano ha sido mutado genéticamente para dejar de envejecer a los 25 años. A esa edad se activa un marcador lumínico que tienen todos en su antebrazo y empieza la cuenta atrás. A partir de ese momento el objetivo es ganar más tiempo porque si el marcador llega a cero esa persona muere. A más tiempo, más vida. Así, en esta sociedad el dinero no existe, ha sido sustituido por el tiempo. Un café, una botella de champán, un coche… todo se paga con tiempo.

 

En estas nos encontramos con Will Salas (Justin Timberlake), un joven de los suburbios que vive al día (literalmente) y que por azares del destino –no vamos a desvelar nada– se despierta una mañana con todo un siglo en su haber. Al tiempo que se le abren un montón de posibilidades, un guardián del tiempo –una especie de policía– comienza a perseguirle para devolver ese tiempo de más al lugar al que pertenece.

 

In Time / Justin Timberlake & Amanda Seyfried

 

Estamos pues, ante una sociedad en la que el capitalismo ha evolucionado en extremo y que no deja de ser una metáfora del mundo actual. Mientras en los países ricos el dinero no es un problema para nuestra supervivencia, en los lugares más desfavorecidos la pobreza es sinónimo de muerte (por enfermedades, desnutrición…). En el universo que presenta In Time, el tiempo es sinónimo de vida, encontrando a gente con una cantidad tal que gozan de una práctica inmortalidad y cuya mayor preocupación es elegir que zapatos ponerse o con que acompañar el café del desayuno. Mientras, los menos «afortunados» trabajan para vivir un día más.

 

Y como en nuestra realidad, un cambio en el status quo sería terrible para los intereses occidentales. Un país como Iraq (por ejemplo) no puede (ni debe) tener dinero y poder para desarrollarse y prosperar. Más poder por parte de los países del mal llamado tercer mundo supondría una ruptura en el equilibrio. O lo que es lo mismo, menos poder para los mal llamados países del primer mundo. De esta forma se entiende que en el film, alguien como el personaje de Justin Timberlake no pueda (ni deba) poseer un siglo de tiempo.

 

La premisa de In Time, por tanto, no puede ser mejor. Plantea una serie de cuestiones que apuntan directamente a nuestra forma de vida y a la concepción que del mundo tienen los países dominantes. Ahora bien, la premisa se queda ahí. Andrew Niccol no le saca –ni de lejos– todo el potencial que tiene y diluye todas estas cuestiones en un thriller –muy entretenido, eso sí– con reminiscencias a Bonnie and Clyde.

 

In Time / Justin Timberlake & Amanda Seyfried

 

La película comienza con fuerza y rentabilizando muy bien los escasos 40 millones que ha costado sacarla adelante. No es de extrañar, por ello, que no haya demasiados alardes técnicos y que el futuro que vemos en pantalla no esté plagado de pomposas estructuras. Muy al contrario, el gueto en que vive el protagonista tiene una apariencia muy cercana, de polígono industrial, recordando –hasta cierto punto– al universo de Dark Angel (James Cameron, 2000-2002) y otras producciones situadas en un futuro nada halagüeño. Por su parte, y entroncando con la estética de Gattaca, las zonas privilegiadas, en las que el tiempo se cuenta por siglos, nos encontramos con una ciudad en la que el lujo no esconde la falta de emoción y la esterilidad de ese mundo.

 

En este punto Niccol hace un intento por recuperar el mensaje de su ópera prima: nuestro destino lo marcamos nosotros mismos. Y lo hace de la forma más evidente posible: de noche, en una playa y con los dos protagonistas lanzándose al mar.

 

Como decía, la película comienza con fuerza, con un planteamiento muy atractivo y que parece seguir en sus primeros compases. Aquí, la presencia de una fantástica Olivia Wilde y el rol de su personaje aumentan enormemente las expectativas y pone sobre la mesa cuestiones a cada cual más interesante. Pero todo esto se evapora sin remedio. Niccol no quiere (o no puede) arriesgarse y convierte el vino en agua, construyendo un thriller que se mantiene por los cauces previstos. No sorprende pero se revela muy entretenido, con gran sentido del ritmo y dejando entrever la fuerza de su propuesta.

 

Es una lástima que se haya quedado en la superficie.

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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