La vida de Pi es una película complicada de visionar y de analizar. Lo es porque resulta imposible sustraerse de su mensaje, de la elección a la que nos emplaza. El film nos invita a reflexionar y a decidir entre sus dos opciones: creer o no creer.
El carácter religioso de esta fábula es incuestionable. Está ahí desde un principio y eso puede condicionar a una parte del público ya sea creyente o no. Unos compartirán su visión de la espiritualidad y otros, de tan näif, solo verán un intento de captar nuevas ovejas por parte del cristianismo más rancio obviando que [SPOILER]nuestro protagonista es católico, judío y musulmán[FIN SPOILER]. Y ambas son percepciones igualmente válidas por un motivo: la educación. Vivimos en una sociedad criada dentro de una cultura judeo-cristiana que condiciona (sin matices, es así) nuestra forma de razonar y ver el mundo. Así, unos solo encontrarán un panfleto católico y otros un reflejo de las bondades de ésta, que es «la única religión que aúna fe y razón» (comentario de algunos compañeros críticos abiertamente conservadores y con los que un servidor visionó el film). Tanto una visión como otra son erróneas por sesgadas. La vida de Pi abraza la espiritualidad, sí, pero una espiritualidad que rechaza las etiquetas, o que las abraza todas. Lo mismo da. Cree en dios, relata sus virtudes y plantea la pregunta. Nosotros elegimos.
¿Y la película?
Visualmente es una auténtica maravilla y James Cameron estaría orgulloso del uso que se hace del 3D. Fuera del cine de animación (que siempre parte con ventaja en este sentido) pocas veces hemos visto (y podremos ver, para nuestra desgracia) un uso de la técnica tan cuidado y siempre al servicio de la narración, buscando la evocar sensaciones y estados de ánimo en el espectador, que se convierte en un tripulante más de esta suerte de arca de Noé en la que se encuentra Pi gran parte del metraje.
Ahora bien, a nivel narrativo la película pierde algo de fuerza. Tal vez porque ante tal despliegue visual cualquier cosa nos sabe a poco. Pero lo cierto es que después de un primer acto más que interesante en el que conocemos a Pi, a su familia y el mundo que les rodea, cuando nuestro joven amigo naufraga queda a la deriva. ¿Y qué tenemos? Un tipo en un bote, solo (bueno, con un tigre), y sin apenas recursos para sobrevivir. Esto nos lleva a dos situaciones: la reiteración de esquemas / conflictos que llevan a un cierto estancamiento -dando la sensación de que se está estirando la trama sin necesidad-, y la aparición de ciertos elementos sin justificación para azuzar al protagonista. Meros trucos de guión para crear tensión y emoción. Un ejemplo de esto podría ser el episodio de la serpiente en Buried.
La vida de Pi es disfrutable. Mucho. Y nos deja un recuerdo que gana con el paso de los días, como el buen vino. Pero ese halo de grandeza que parece envolverla es excesivo. No es, ni de lejos, la obra maestra que muchos preconizan. Al final es una cuestión de fe.
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