Muchas son las veces en las que los productores de Hollywood se han adentrado en el mundo de las posesiones infernales, tantas que podemos hablar de un subgénero en sí mismo dentro del terror, y quizá quien en más ocasiones lo haya hecho y pueda considerarse doctor en la materia es el también director Sam Raimi.
En esta entrega se nos relata de nuevo un exorcismo en una niña. Sin embargo, la novedad radica en la forma en que el mal abusa de la pobre infante. Gracias a una leyenda judía sobre una caja que es capaz de atrapar a los dibbuk, demonios que se apoderan de las almas inocentes. El padre le compra a su ojito derecho la caja y el resto se sobreentiende por el nombre de la película.
Con esta premisa, el director y guionista danés Ole Bornedal (El vigilante nocturno, 1994), supervisado por el citado Raimi, orquesta un potente ejercicio de suspense continuo sustentado en cortes de secuencia abruptos guiados por dos inquietantes notas musicales compuestas por Anton Sanko y maravillosos planos cenitales que funcionan a modo de catarsis.
La gélida fotografía de Dan Lautsen no solo es el pilar en el que se apoya la creación de la tensión contenida en el metraje, es que de ser otra la estética del filme no crearía desasosiego ninguno ya que el libreto escrito por Juliet Snowden y Stiles White se centra más en que el entorno de la niña y la documentación sobre la superstición hebrea sean creíbles que en generar verdadero pánico en el espectador.
Hay un poco de todo a la hora de devolver lo que el avance promete. Hay serie b pero con cuentagotas, ciertas escenas cumbre del filme coquetean con el gore (de una manera muy discreta, el producto es comercial y es americano), las formas de llegar a la sorpresa son diversas aunque conocidas y el clímax final pretende desviar la atención de la falta de ingenio en la escritura mediante la espectacularidad.
La familia protagonista de la película es, probablemente, lo mejor de la misma. Desde los cimientos, la presentación del entorno en el que viven, el cómo se ha llegado a la situación que viven y el porqué de las acciones que llevan a cabo. Profundizando más, el acierto de casting palpable en la química entre los padres separados con el portento tardío que supone Jeffrey Dean Morgan (El Comediante en el Watchmen de Zack Snyder) – más gemelo que nunca de Bardem en este filme – y la ultranominada Kyra Sedgwick de la serie The Closer. Y la guinda del pastel, Natasha Calis, actriz que dada su juventud posee una trayectoria corta fundamentada casi exclusivamente la televisión y que en este, su primer papel importante, deja claro que no tiene nada que enviar a Linda Blair, la niña poseída más famosa de la historia del cine. Como anécdota en el reparto, la bizarrada de incluir a Matisyahu (cantante famoso, además de por su música, por su condición de judío jasídico) interpretando al hijo del rabino que sirve de explicación a la leyenda motor de la historia; es un papel corto que no le permite demostrar prácticamente nada, pero se desenvuelve con soltura, sin embargo, la presentación de su personaje rompe con toda la sobriedad que se le quiere imprimir desde el guión.
El resultado final es una buena película de suspense con una estética cuidada hasta el último detalle pero que se vende de manera engañosa como terrorífica.
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