El niño de la bicicleta, película dirigida por Jean Pierre y Luc Dardenne, es considerado el octavo largometraje al uso dirigido por los hermanos belgas, omitiendo trabajos anteriores como Gigi, Monica… et Bianca o Le chant du ruisegnol marcadamente documentales, o colaboraciones en películas como Chacun son cinéma compuesta de cortometrajes de distintos directores galardonados en el Festival de Cannes.
Cyril (Thomas Doret) el protagonista de la película y personaje a quien hace mención el título, es un niño de quince años cuyo padre le ha dejado en un hogar de acogida durante unas semanas prometiéndole que volvería a buscarle. Ante el paso del tiempo, el niño decide escaparse e ir en su búsqueda. Durante la huída conoce a Samantha (Cécile de France), una peluquera que accede a quedarse con él los fines de semana, prometiéndole que le ayudará a buscar a su progenitor. Durante esta búsqueda, la relación entre ambos se hará más estrecha, dada la nula intención del padre por hacerse cargo de su hijo. Y la aparición de determinados personajes, como el joven delincuente (Jérémie Renier) hará que esta relación sufra vaivenes y fricciones entre ellos y con la Justicia.
Esta película, en sintonía con anteriores trabajos de los directores como El Silencio de Lorna, Rosetta o El niño destaca por un marcado estilo realista, austero tanto en la representación de los personajes como en la puesta en escena y por un minimalismo estético formado a partir de economía de planos, localizaciones y montaje.
La sociedad como modelador del alma
Los hermanos Dardenne, que en sus anteriores películas han tratado temas sociales como la adolescencia (El hijo), las relaciones familiares desestructuradas (Rosetta), la adaptación social (El niño), o la inmigración y los lastres sociales que esto puede provocar (El silencio de Lorna). Vuelven a incidir en las temáticas socioeconómicas y familiares y cómo estas afectan psicológicamente a los individuos y concretamente a los niños adolescentes.
En este caso, se repite de nuevo la temática social con tintes dramáticos dados los problemas de filiación del protagonista, cuyo padre lo ha dejado en un hogar de acogida por motivos económicos tras la muerte de la abuela de este. Por otro lado, también destacan temas como la confusión sentimental durante la infancia, y más concretamente dentro de un entorno familiar desestructurado, representado a partir de las dudas, la búsqueda continua y la falta de propósitos del niño protagonista. O a partir de secuencias como en la que el niño infringe la ley, en la que se muestra cómo este es fácilmente convencido dada su escasa capacidad crítica y sus confusas nociones entre lo bueno y lo malo.
Cyril se encuentra en un mundo que no conoce, que le resulta hostil, que le hace sufrir, y del que no tiene las nociones suficientes para sobrevivir a partir de valores sociales. Estructuralmente, la película repite una serie de parámetros que podrían ser definidos como huída, ya sea huída del hogar de acogida o de la peluquería de Samantha. Búsqueda, del padre que viene a simbolizar cariño, o del joven narcotraficante que también significa aprecio. Revolución, acción que lleva a cabo fuera de las normas establecidas. Y decepción, el personaje siempre acaba frustrado tras la búsqueda, lo que le hace sentirse solo por no entender la realidad social en la que vive. Tras esta acumulación de acciones, está la figura de Samantha, quien representa el apoyo constante y estable que el protagonista necesita para no perderse definitivamente entre su propia confusión.
Por tanto, se puede vislumbrar que la película aparte de por el lenguaje cinematográfico utilizado, puede ser enmarcada narrativamente dentro de una dimensión neorrealista en sintonía con la visión del mundo del niño protagonista Del ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica o del protagonista que interpreta Jean-Pierre Léaud en Los 400 golpes de François Truffaut, además de personajes de la tradición literaria de Charles Dickens como Oliver Twist, en los que la búsqueda de la felicidad siempre les es truncada por valores sociales que los personajes, dada su inmadurez, no llegan a entender.
Cuento tradicional disfrazado de película realista
A pesar de que la película tiene un marcado aire realista tanto por los personajes y la historia que cuenta como por la puesta en escena y su lenguaje audiovisual, existe una fuerte tensión entre estos elementos y distintos niveles estructurales y simbólicos, representativos de los cuentos clásicos. De forma paralela a ese realismo, son apreciables determinados arquetipos provenientes del universo de los cuentos tradicionales como son el bosque, lugar donde el personaje protagonista huye y es atacado, en relación con la secuencia final entre Cyril y el hijo del vendedor de periódicos. O también el bosque como lugar dónde el lobo, representado por el vendedor de drogas, lo engaña y es instruido para cometer malas acciones.
La película está plagada de figuras que de un modo u otro pueden encontrarse en los cuentos tradicionales, como pueden ser el niño abandonado por el padre tras la muerte de la abuela y la posterior búsqueda de este, referente en cuentos como Hansel y Grettel o Caperucita Roja. La figura de Samantha como el hada madrina que aparece cuando el niño lo necesita, sin saber su procedencia, y regalándole aquello que busca, la bicicleta, en sintonía también con cuentos como La Cenicienta. O la secuencia, en liza con la tradición literaria del locus amoenus en la que Samantha y Cyril van en bicicleta y paran a comer en el bosque, estéticamente realizada como si de un cuento se tratara por la iluminación y la amplitud y serenidad de planos, en contraposición con el resto del metraje.
Por otro lado, la narración del relato es lineal, sin saltos temporales ni búsquedas atrás. Este hecho es destacable ya que durante el propio relato apenas se hacen menciones al pasado de los protagonistas. El espectador se sitúa ante una realidad representada en un presente absoluto, donde el pasado es mostrado como un secreto o silencio, también en liza con los cuentos tradicionales, donde los personajes no actúan en función a unos hechos anteriores al relato que apoyen sus actos, por lo que deja el relato libre de lecturas morales. En este aspecto, durante una secuencia en la que Cyril y Samantha están cenando, el niño le pregunta «¿Por qué te quedaste conmigo?«, a lo que ella no le da respuesta alguna. Estas preguntas sin respuesta, que podían ser las que el propio espectador se plantease, liberan al texto cinematográfico de un pasado desconocido, por lo que las acciones y reacciones que se suceden a lo largo del metraje deben ser analizadas desde el propio relato y no por acciones extradiegéticas.
Puesta en escena realista-minimalista
En relación con anteriores películas de los hermanos Dardenne como se hacía referencia al inicio, El niño de la bicicleta está planteada a través de una puesta en escena discreta, casi minimalista, con decorados ausentes, sobrios, en los que no destacan los simbolismos más allá de la generalidad: un bosque, una peluquería o un restaurante. Y que ayudan al tono realista común del texto.
En este aspecto destaca también el sonido directo y la ausencia de música extradiegética, algo común en los Dardenne, pero que rompen de manera casi inapreciable en este filme en tres casos puntuales muy concretos y en los que apenas destacan unos pocos acordes. En determinados momentos en los que el personaje se siente desolado y triste y en los que hay un cambio de etapa en relación con la estructura antes mencionada de Huída – Búsqueda – Revolución – Fin de la búsqueda, destacan una serie de acordes correspondientes al Concierto Nº5 para piano de Beethoven que en palabras de Ángel Quintana y Jara Yañez simbolizan «aquello que le falta a Cyril, el amor, el cariño, el consuelo que ese niño no encuentra en ninguna parte«. Esos acordes puntuales son el desconsuelo por la soledad que sufre el protagonista ante la decepción del mundo que no entiende, ante el fin de una búsqueda inútil que lo que lo hace sentir en constante huída.
Estéticamente, para destacar esa constante huída de Cyril a la que se hacía referencia y su constante estado anímico y dinamicidad, los directores se apoyan en la puesta en escena y la estructura de planos utilizada. Siguiendo un lenguaje audiovisual tradicional dentro del modo de representación moderno, cabe diferenciar dos tipos de secuencias en contraposición. Por un lado las que destacan por su economía de planos, de larga duración y en trípode, que reflejan calma, serenidad y paz, como es el caso de la cena entre Samantha y Cyril o el viaje de ambos en bicicleta, que coinciden con la introspección, el diálogo entre los dos protagonistas y la seguridad que sienten el uno al lado del otro. En oposición con las secuencias cercanas al protagonista, con cámara al hombro, en continuo movimiento y generalmente con Cyril de un lado para otro, ya sea corriendo o en bici. Esta movilidad que es contagiada en ocasiones a otras secuencias, representa la tensión del niño, la huída constante, el cansancio que siente el protagonista de moverse de un lado para otro de la ciudad sin encontrar solución a su problema, que en definitiva, como se ha dicho anteriormente, es la falta de cariño, la incomprensión, la búsqueda y el desconocimiento de la sociedad en la que vive.
Final abierto, ausente de moralidad y crítica
El hecho de que el metraje esté salpicado de personajes marginales, desarraigados e impotentes sentimentales no da lugar a la crítica por parte de los directores, ya que el verdadero culpable (o al menos esta es la lectura definitiva que se extrae tras la visión del texto) de que cada uno sea como es y se comporte de la manera que lo hace, es el laberinto social en el que se encuentran. Sus comportamientos obedecen a sus reacciones naturales para enfrentarse con la realidad en la que viven y son por tanto su forma de encontrar la felicidad. La ausencia de herramientas sociales y de empatía emocional les inclina a utilizar la violencia como instrumento principal en sus relaciones. Por tanto, responden con violencia ante la agresión, (véase la secuencia final del hijo del librero) o ante la búsqueda de cariño, (véase la agresión de Cyril a la peluquera, el librero y su hijo para cometer el robo) de manera indistinta.
No es casual por tanto, que el final no sea un final feliz cargado de sentimentalismo como en los cuentos tradicionales en los que se apoya el relato. Sino que en este caso la felicidad sea relativa, como muestra el final abierto, no explícito y ausente de moralidad y crítica en el que se ven involucrados tanto el hijo del librero y el propio librero como Cyril. Pues no todo es blanco ni negro en el cine de los Dardenne. Y tanto en El niño de la bicicleta como en el resto de sus películas, los matices representan la variedad y complejidad social en la que se inspiran para representar un mundo donde las acciones de los Cyril, Lornas o Rosettas también tienen sus propias consecuencias.
Bibliografía
QUINTANA, Ángel y YAÑEZ, Jara. “En busca de la vida”. Cahiers du Cinema. Nº49. Pags. 14-18
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