¿Somos buenos en el terror? Eso es porque no hemos abordado en serio el cine negro. Entre No habrá paz para los malvados y Grupo 7 (sin olvidar la carcelaria Celda 211) parece que el género policíaco español puede dar un salto de calidad muy grande y quién sabe si iniciar una nueva ola de interesantes propuestas que entusiasmen en medio mundo como hace el fantástico en la actualidad. Vivimos un momento dulce y hay que aprovecharlo.
Grupo 7 es, ante todo, un thriller policíaco, un título muy enmarcado en el género evocando films recientes como Tropa de Élite y que sabe conjugar una acción pocas veces vista en el cine patrio con una historia absorbente de grandes personajes coqueteando incluso con el cine de gangsters (mucho). Salvajismo, mezquindad, amargura, crudeza… un fuerte coctel del que resulta una propuesta que deja la complacencia a un lado. Todo, además, haciendo una disección velada de la Sevilla de la época, de lo que iba a suponer la Expo y como el futuro se evaporó tan rápido como llegó.
Las imágenes que se van intercalando de cuando en cuando mostrando la evolución de la capital andaluza, así como las motivaciones que exponen muchos de los secundarios, cargadas de hipocresía y mentiras, o la caída a la que se ven abocados los integrantes del Grupo 7 retratan una sociedad maltrecha, enferma, corrupta. No tan diferente de la de hoy día. ¿Estará pasando algo similar en Brasil o en Londres pre Mundial y JJOO? En el film, como en la vida real, tendemos a mirar hacia otro lado.
Las sutilezas y pequeños detalles juegan un papel muy importante para crear estas sensaciones y redondear el discurso de Rafael Cobos y Alberto Rodríguez. Aquí el final juega un papel revelador, que (pretendidamente o no) construye un símil entre su protagonista y la Expo del 92, el espejismo que fue esta y el alto precio que se pagó.
Alberto Rodríguez tiene una obsesión, el realismo. Todo en la película transmite verosimilitud, porque la acción y la espectacularidad están al servicio de la historia, no son un fin en sí mismo. Y esto es algo de lo que no pueden presumir muchos. Así, al ver, por ejemplo, a Mario Casas caer desde un segundo piso, no solo nos lo creemos, sino que caemos con él.
Aquí tiene mucha importancia también el trabajo actoral. A nivel interpretativo está todo muy cuidado y los actores mantienen un excelente nivel, destacando Antonio de la Torre y Julián Villagrán. El primero tira, como siempre, de oficio y borda su papel, llevando a su personaje por un camino lleno de obstáculos en busca de una redención que no termina de llegar mientras ve como su joven compañero (Casas) se dirige sin que nada pueda evitarlo a la profundidad de las tinieblas de las que él quiere huir. Una misma travesía recorrida desde los dos extremos. Este es, a su vez, un regalo envenenado para Mario Casas, que se ha enfrentado al personaje más complejo del film y de su carrera, pero logra sorprender a los más críticos demostrando que su participación en Grupo 7 no se ha debido (exclusivamente) a su valor como reclamo publicitario. Alberto Rodríguez ha explotado el potencial del joven actor para conducirle en la oscura evolución de su personaje.
Y como adelantaba, Julián Villagrán está brillante. La película, vendida por el cuarteto protagonista, tiene un plantel de secundarios de lujo y permite ver un nuevo registro de Villagrán. En un mes ha estrenado tres títulos: De tu ventana a la mía, Extraterrestre y esta. Su capacidad para crear personajes tan diferentes es portentosa.
Grupo 7 es una historia con mucho gancho, que respira autenticidad por los cuatro costados; sabe venderse como una apuesta comercial con sus actores como grandes reclamos y abre la puerta a un futuro prometedor al policíaco español.
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