Las grandes historias siempre están teñidas de tragedia. El aire melancólico que las acompaña y el valor que requiere superarla es lo que las hace especiales. Y la historia de Hache es grande. Por eso no merecía (ni sus enamoradas fans) un final como al que parecía predestinado por los designios de Federico Moccia. Hache necesitaba una segunda oportunidad, porque solo el amor es capaz de sanar cualquier herida. Por profunda que sea.
Esta oportunidad se da con el regreso de Hache a Barcelona después de un tiempo en Londres. La ciudad ha cambiado y con ella sus conocidos y amigos: Katina, Chino, Daniela, Alejandro… incluso Babi (para spoilers, los del tráiler). El nuevo comienzo de Hache tiene nombre de mujer, Gin, y con el encendido de esta llama arranca la penúltima aventura del tándem formado por Fernando González Molina – Mario Casas (Fuga de cerebros, Los hombres de Paco, El barco), que es sinónimo de éxito.
Tengo ganas de ti repite esquemas y pretensiones, porque si algo funciona ¿por qué cambiarlo? Sus vicios y virtudes son los mismos que los de 3MSC, aunque matiza el tono y se vuelve un poco más adulta. De forma muy sutil, natural. En muchos aspectos supera a la novela en la que se basa, simplificando tramas y haciendo los cambios necesarios para que la historia pueda trasladarse bien a la pantalla y para encontrar su propio discurso. Aún así, aspectos como las motivaciones de Gin (Clara Lago) para perseguir y fotografiar a Hache (Mario Casas) no quedan nada claras. Si en el libro este detalle llegaba a resultar bastante perturbador en los primeros capítulos (parece casi una acosadora), en el film se pasa tan de puntillas sobre el tema que queda sin justificación, como algo anecdótico. Para los lectores de la obra de Moccia hay otros dos puntos ineludibles: que el tono de tristeza que acompaña a Hache durante parte de la acción casi desaparezca en pantalla y lo inflado que está el personaje de Babi en detrimento de subtramas con mucha más chicha como la de su hermana Daniela.
Priman los nombres, de ahí que María Valverde tenga tanto protagonismo. Algo que, sin embargo, tanto sus seguidores como los detractores de Nerea Camacho (¿por qué suena siempre tan artificial?) agradecerán. Igual que tiene sus puntos flacos, tiene otros grandes aciertos. En la condensación, la relación de Hache con su madre (que quedó en el aire en la primera entrega), se resuelve de forma muy efectiva en apenas tres secuencias. O el rol de Katina (Marina Salas), que pasa a ocupar un papel más relevante.
Quien sí que lo da todo en pantalla es Mario Casas, que ha encontrado en González Molina (y en Alberto Rodríguez) al mejor amigo tras la cámara, al director que sabe sacarle todo su potencial en su propio beneficio y en el de la película. No se trata de si muestra o no muestra su torso desnudo, sino de lo que ha crecido como actor desde su participación en series como SMS o Los hombres de Paco (donde coincidieron por primera vez) a sus últimos roles protagonistas (la que ahora nos ocupa y Grupo 7). El Tom Cruise de nuestro cine es un seguro de éxito y, cada vez más, de calidad.
La película gira en torno a la relación entre los personajes de Mario y Clara, y en menor medida en el de María, dejando al resto de personajes muy desdibujados. Todo se narra a través de la mirada de su trío protagonista. Por un lado es comprensible, pues la mayoría fueron presentados en 3MSC, pero a quienes no tienen el referente presente, les cuesta identificar a los secundarios y los roles que representan en la trama. Y aunque al guión de Ramón Salazar se le pueda achacar también su previsibilidad (cuantas veces no hemos visto / leído grandes historias de amor… y las que nos quedan), no cabe duda de que cumple su objetivo, tiene ritmo y unos giros muy marcados que evitan que la historia caiga en punto muerto. Escribiendo escenas además, como la de la cita entre Hache y Gin, capaz de enamorar aún más (si se puede) a los seguidores de nuestro galán.
Como ya ocurriera con 3MSC, la cinta tiene un gran gusto estético: fotografía, encuadres, montaje, música… todo está al servicio de atrapar a su impresionable público (la secuencia de la discoteca es una muestra de la destreza del director), sin que ello desmerezca ni al director ni al espectador potencial. Todo lo contrario. González Molina juega bien sus cartas para convencer a su target. Está claro que Tengo ganas de ti no es una película para cualquiera. Hay que saber verla con los ojos adecuados. El cine español necesita más apuestas con sentimiento comercial como esta y menos lamentaciones victimistas.
la mejor