Nicolas Cage lleva años hundiéndose en el fango con películas que no quedan en la memoria de nadie, probablemente ni en la suya propia. El actor que ganase un Oscar por Leaving Las Vegas salta ahora de una producción menor a una ínfima, de bodrio en bodrio, como si disfrutase con ello. Olvidada ya su vocación, vende su cara y su nombre a quien quiera pagar por ella y el resultado son películas como la de El Pacto: insignificantes, pero con una gota de sorna que nos hace pensar «Lo está haciendo a posta. Se ríe de nosotros«.
No será porque la historia que nos proponen Todd Hickey y Robert Tannen (dos auténticos novatos en el terreno de la escritura) no sea atractiva. Al contrario, el planteamiento de una oscura sociedad secreta que vela por la seguridad ciudadana a «su manera» y utilizando a los propios civiles como armas arrojadizas no deja de ser interesante y macabra. Pero quien se ha puesto a los mandos de la historia, Roger Donaldson, es un tipo con unos altibajos notables que nos han dejado películas como Species o Dante’s Peak al lado de otras como Burt Munro. Un sueño, una leyenda (nominada a la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 2005) Esta vez le hemos pillado en uno de sus momentos bajos y firma una cinta en la que no se ha pulido ni una sola de las muchas incoherencias que dejan sus guionistas en el libreto y que tienen a los protagonistas corriendo de aquí para allá sin un objetivo claro en todo el metraje.
Acompañan a Cage en este esperpento Guy Pearce y January Jones y, mientras que el primero derrocha naturalidad en un papel que se va volviendo cada vez más y más inverosímil, a la segunda la vemos incómoda desde el minuto uno, pero al final termina participando en toda la locura que es el final del cuento. Pero Nicolas es el centro, ha hecho tantas veces este tipo de papeles que ya los interpreta de memoria. Poco importa que nadie pueda creerse que un profesor de instituto se convierta de la noche a la mañana en un experto pistolero y detective, Cage va a lo suyo y deja en manos del espectador la decisión de dar por válidas sus locuras.
Por buscarle algo positivo a este filme (completamente desapercibido en Estados Unidos) las secuencias de acción, sin poder permitirse el grado de espectacularidad de los filmes de Statham, son bastante atractivas y el sentido del humor brilla como una luz al final del túnel en determinado punto del metraje. Si uno le concede carta blanca a los protagonistas y decide creerse a pies juntillas todo lo que nos proponen Hickey y Tannen disfrutará de un thriller palomitero para pasar las tórridas tardes veraniegas encerrado en el cine.
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