Hace años te cruzabas con un tío punk por la calle y pensabas algo como: «Éste no se ha duchado en mil años, mírale, con su cresta de colores y sus pantalones ajustadísimos que no dejan nada a la imaginación. Pero oye, va a contracorriente… es un héroe de la calle». Ahora lo de llevar el pelo rosa y los pantalones petados está a la orden del día, cosa que no me parece mal en absoluto. El tema es todo lo que lleva detrás.
Digamos que no entiendo una corriente nueva de la vida, el vegano anticapitalista, que hace yoga y está en contacto con la naturaleza y tal, que no toma antibióticos porque son malos para la salud (¿?) y seguramente no vacunará a sus hijos (y que en cierto modo no debería tenerlos por selección natural), que dice además que es punk (o peor aún, que sólo escucha a nuevas bandas finlandesas que aún no han pegado fuerte en la escena musical actual pero que lo harán seguramente porque son sublimes, y que ésos de Green Day deberían jubilarse porque ya están mayores) y que las grandes marcas son lo peor del mundo porque controlan todos tus movimientos. Que si no bebas Coca-Cola porque el azúcar te va a volver tonto, que si comes carne y eres un auténtico asesino que debería ir a la hoguera porque cada vez que le das un bocado a un filete muere un gatito, que si las verduras ecológicas son lo más porque las pagas a precio de oro pero te aseguras de que no llevan acidulantes (porque eso es malo). ¿O acaso es que no conoces a alguien así?
Pero, eso sí, tienen un iPhone y un Mac. Ojo, que con su dinero (o con el dinero de sus padres) pueden hacer lo que les venga en gana. Como si se compran un reloj de 15.000 dólares. Pero me parece una paradoja espacio-temporal digna del estudio de Stephen Hawking. Quizás podría definirse mejor como una contradicción. Porque aquello del iCloud no les parece para nada invasivo. Porque subir su desayuno, su segundo desayuno, su almuerzo, la lechuguita que llevan al trabajo a la hora de comer, la merienda y la cena a su Instagram no les hace pensar que ciertas redes sociales guardan todos los datos que, recordemos, les estás dando de una manera totalmente gratuita. Redes sociales en las que, recordemos, escriben amplias parrafadas sobre lo buena que es su forma de vida y lo mala que es la del resto, pero ni te atrevas a juzgarles aunque sea en un comentario jocoso porque se chinarán y eso aumentará su paranoia de que todo el mundo está en contra suya.
Pondría infinidad de ejemplos que veo a diario en Twitter, pero es mejor no tirar la piedra que lanzarla y esconder la mano. Pero me revienta cuando veo un tweet «antisistema» que contiene un selfie en el que sale un teléfono de 900 pavos. Porque el problema de todo esto es que es una moda, y como tal, por definición, es pasajera. Algún día se irá, y del hipsterismo actual se pasará a otra cosa… pero a ver cómo les explican a los nietos la razón por la que llevaban barbas y esos moñitos en todo lo alto del cogote. Es como cuando abres un cajón y encuentras una foto de tus padres en plenos años 70 con los pelos largos a lo hippie y los pantalones de campana más anchos que el ecuador terrestre. ¿A que eso da cosa? Pues si tienes un moño o una barba, o unas gafas de pasta sin graduar, o sólo comes probióticos, vete pensando una excusa con la que mentirle a tu descendencia.
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