«¡Por un momento he creído que iba a morir!«
El shonen. El manga destinado a adolescentes japoneses varones que, sin embargo, arrasa en el mundo entero sin importar demasiado el sexo, la edad o la raza. Bola de Dragón (Dragon Ball, Akira Toriyama, 1984-1995) marcó las pautas de un camino que recorrerían otras muchas series a su estela tras su éxito global en los 90. Pero sólo unas pocas, una santa trinidad del shonen de hecho, han logrado auparse más allá de los hitos que marcó el maestro Toriyama para coronarse como los grandes mangas no sólo ya de la siguiente década, sino que aún en 2014 siguen imbatibles en las listas de distribución dentro y fuera del país del sol naciente.
One Piece (Eiichiro Oda, 1997) siempre ha sido mi favorita, sus actuales 762 capítulos destilan humor y acción a partes iguales en una historia de estructura básica (un viaje de un punto A a un punto B) y múltiples ramificaciones. Bleach (Tite Kubo, 2001) llegó más tarde, pero la seriedad de su planteamiento y el carisma arrollador de muchos de sus personajes (así como una primera temporada televisiva casi perfecta) le han valido a esta historia de shinigamis (dioses de la muerte con forma de samuráis) seguir dando guerra ahora que se acerca su final tras aproximadamente seiscientos capítulos de vida. La tercera, que nos ocupa hoy, vendría a ser Naruto, que vio la luz en 1999 gracias al trabajo de Masashi Kishimoto y que desde entonces ha ido acumulando toda una legión de seguidores a través de sus casi setecientos episodios, sus diez películas, su anime, sus videojuegos…
«Abusaré de ti un poco más…«
Naruto se nos presentó como una serie repleta de chascarrillos a través del clásico protagonista zoquete que tanto se estila en los shonen (Goku nunca fue un lumbreras y Luffy, bueno, digamos que su cerebro se ha estirado demasiadas veces), pero rápidamente comenzó a diferenciarse a través de un sistema de batallas ninja en las que la fuerza bruta y el poder de los personajes nunca lo eran todo y entraba en juego siempre una estudiada estrategia. Eso nos permitió enamorarnos en los primeros compases de la serie de personajes como Shikamaru (negado en el cuerpo a cuerpo pero brillante estratega) o Rock Lee (incapaz de ejecutar técnicas pero una fuente inagotable de voluntad y sacrificio).
Poco a poco la serie fue derivando hacia la confrontación de sus dos personajes más importantes y poderosos (el propio Naruto y su némesis Sasuke), que a partir de aquél entonces acapararían casi el cien por cien del protagonismo de la serie. Sin embargo, la llegada de la guerra al universo en el que se desarrolla la serie ha devuelto su trocito de protagonismo a cada uno de los personajes que han pasado por la vida de su protagonista y, ahora que la batalla (y puede que la colección) se acerca a su final nos encontramos con una serie mucho más madura que ha sabido crecer, evolucionar, corregir sus propios errores y pivotar sobre una historia profunda en la que alternan lo místico y lo mundano con los orígenes de los ninjas y las guerras como trasfondo.
«Y así terminará la guerra«
Cada shonen suele girar en torno a un tema recurrente. One Piece lo hace en torno a la amistad y Bleach suele trazar muchos círculos en torno a la responsabilidad. Naruto, desde un primer momento, gira en torno a la aceptación y al reconocimiento, llegando a asegurar que la realización personal de cada uno llega a través del reconocimiento que sentimos de los demás en nosotros mismos. Esto se materializa en su protagonista, huérfano desde su nacimiento y considerado poco más que un monstruo durante gran parte de su infancia, para quien ser reconocido por sus semejantes es el equivalente a pasar a existir para ellos y, por tanto, justificaría la propia existencia. Para alguien así luchar mano a mano con su propio padre y ser capaz de extraer de él enseñanzas cuando esto ya parecía imposible resulta un regalo de enorme importancia y así, pese a que la situación parece cada vez más desesperada, en este tomo vemos a Naruto luchar en un estado de felicidad y confianza como hacía mucho que no le veíamos.
Este volumen cierra, además, con la formación del temible equipo Naruto-Sasuke, que luchan juntos por primera vez en años, lo que viene a seguir alimentando las sospechas de fin de ciclo (más aún si vemos lo que está pasando actualmente con la colección en Japón). Los dos ex-compañeros del equipo 7, ahora convertidos en ninjas de pleno derecho y defensores de sus propios estilos, prometen ofrecernos una serie de capítulos dignos de ser recordados y que van a exudar litros de adrenalina y nuevas técnicas (el traductor Marc Bernabé comentaba hace unos días por Facebook que la serie ya lleva unas 400) para plantar cara al villano más complejo con el que se han enfrentado hasta la fecha, capaz de borrar del mapa a todas las naciones ninja de un plumazo si sus planes llegan a puerto.
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