El éxito mundial de las sagas literarias para adolescentes con tintes sobrenaturales cada día es mayor y la lógica manda que la adaptación cinematográfica sea casi una obligación.
El planteamiento es sencillo y no requiere de grandilocuencia para encajar en el molde. La dificultad reside en encontrar el término adecuado para definir a los seres que pueblan el imaginario, así como la invención de unas reglas inverosímiles que impidan la relación amorosa de cajón que encandila a los seguidores. Si en Crepúsculo son vampiros y hombres lobo los que van al instituto y pelean por el amor de sus vidas, en esta Hermosas criaturas lo que acontece son casters (así lo llaman las autoras de la novela Kami García y Margaret Stohl, pero ya desde la misma película se declara que puedes llamarlas brujas y estamos hablando de lo mismo; entonces, ¿por qué no llamarlo bruja?).
Los primeros derroteros de la función apuntan hacia algo más profundo que el espejo en el que se mira. La acción se sitúa en una población de Florida donde no pasa nada y el aburrimiento es norma para los jóvenes. Para salvaguardar el puritanismo reinante, en las bibliotecas han sido prohibidos varios libros de los llamados “malditos”: los Bukowski, Kerouac y compañía. Llama la atención la devoción del protagonista por Matadero 5 de Kurt Vonnegut Jr., referencia que sitúa la ideología del pueblo con bastante acierto. Además, en el alocado final aparece un esperpéntico homenaje a Matisse en un personaje alojado en segundo plano con bombín y el cuerpo pintado de azul cielo y nubes (o quizá sea un desvarío que ha resultado coincidente con la pintura del artista belga).
Sea como fuere, estos guiños a la cultura más alejada del engranaje comercial actual aportan interés a un producto destinado a entretener pero no sorprender. Presentados los personajes y situada la escena, esas confidencias con el espectador adulto se convierten en una efeméride sin peso ninguno en la trama y empieza lo que los púberes han pagado por ver. Una sucesión de giros esperables, unas intrincadas normas autoimpuestas que se caen abajo por la necesidad de salir airosa tras haberse enrevesado en la escritura – los casters masculinos eligen el bien o el mal mientras que las féminas lo descubren al cumplir los 16 – , escenas que sugieran una pizca de sensualidad (que las hormonas también son espectadores) y un crescendo sin freno que acabe en una congregación sagrada.
La propuesta es sincera desde el propio libro, el objetivo no es otro que aprovechar el tirón actual de este tipo de historias y si nace una saga nueva, mejor que mejor. Por eso, a nadie debe sorprender que todo esté orquestado de manera que se aleje lo mínimo de lo establecido. Sin embargo, resulta un tanto descorazonador que tras un arranque con cierto tipo de referencias bien hiladas, una cartera con dos pesos pesados como Jeremy Irons y Emma Thompson y alguna que otra secuencia bien solucionada, todo resulte vano por acabar ofreciéndose lo que se esperaba de antemano. No obstante, los recursos están bien aprovechados y como entretenimiento no resulta del todo fallido, salvo por esa aparente necesidad de convertir las escenas en chicles de tan masticadas que están y llegar a las dos horas de metraje.
Las dos caras más conocidas del plantel actoral son los citados Irons y Thompson y, aunque ambos están obligados a rodar su porcentaje de escenas vergonzantes, se les ve entretenidos con lo que están haciendo y transmiten diversión. Los protagonistas juveniles también tienen algo más de talento de lo esperado, irguiéndose la figura de Alden Ehrenreich por encima de las demás con un desparpajo innato que le llevará inevitablemente a una carrera con algo de recorrido.
Una honesta manera de sacar jugo a las modas cinematográficas que, a pesar de sus intentos por diferenciarse siquiera un palmo de lo ya rodado, resulta poco convincente. Y lo que es peor, no augura una legión de seguidores tan inmensa como sugiere el frotamiento de las manos de sus productores.
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