El que los famosos de Hollywood aparezcan en las películas como ellos mismos tiene cierto atractivo para el común de los mortales difícil de explicar. Es casi como una puerta abierta a sus vidas, a sentir que el espectador es un amigo más y partícipe de las actividades que se llevan a cabo en la pantalla. Han sido muchos los títulos que han jugado con esta indudable baza para llevar gente a las salas, unas cuantas aprovechando además la curiosidad que produce el saber cómo funciona la industria del cine desde dentro.
Seth Rogen, acompañado por su inseparable Evan Goldberg, escribe y dirige esta adaptación de un corto guionizado por ellos mismos en el que Jay Baruchel y el propio Rogen hacían frente codo con codo al fin del mundo. Se trata pues, de lo mismo pero con mayor duración, lo que posibilita un sinfín de situaciones hilarantes, desproporcionadas o vergonzosas (según la escena). En esta ocasión, además, les acompañan toda la tropa de amiguetes. El séquito que han formado a base de buenas y eficaces comedias sería comparable, por hacer una analogía de fácil comprensión ibérica, al conjunto de cómicos manchego por excelencia, Muchachada Nui; con la salvedad de que los Franco, Hill y compañía, están más duchos a la hora de interpretar y conocen mejor los códigos cinematográficos.
Esta Juerga hasta el fin se presenta como una cinta libre de presiones y pretensiones, en la que tanto los actores como el público se pueda divertir sin tener que preocuparse demasiado de pensar o por las limitaciones del humor inofensivo. No ofrece gran cambio respecto a lo que el orondo actor canadiense suele hacer: drogas, amistad y buen rollo. Los primeros veinte minutos de metraje son, sin lugar a dudas, los más divertidos de toda la función. Y eso que la gracia no tiene más misterio que verles interpretándose a sí mismos e intentar sacar de contexto lo encasillado de sus personajes anteriores. Quien más ve dislocada su imagen para satisfacción de todos es Michael Cera, actor que no forma parte del plantel protagonista pero brinda los mejores gags de toda la película gracias a la ruptura con su imagen habitual.
Una vez que el nudo de la acción tiene lugar, el humor sigue estando fuertemente presente pero pierde cierta noción de sentido en aras de una mayor espectacularidad apocalíptica. La mayoría de acontecimientos tienen una pátina de obligada severidad que rompe por momentos con las mejores paranoias que alberga la película. Es decir, el conjunto global tiene un arco narrativo discernible en el que el entretenimiento sube una colina ascendente pero los minutos más esperpénticos (y a su vez más cachondos), son aquellos que nada tienen que ver con el hilo argumental, lo que subraya el hecho del guión como un pasatiempo donde poder meter todas las alucinaciones de la cuadrilla.
La mayor parte de estos segmentos más jocosos harán las delicias de aquel que siga con ferviente devoción las andazas fílmicas de los protagonistas, pero quien no sea un introducido en ese universo tan personal que han creado encontrará serias dificultades para poder siquiera sonreír con lo que se le cuenta. El sentido del humor de la película es tan autorreferencial que ciertas bromas adquieren un nivel demasiado interno como para llevar la carcajada a la platea (aunque por suerte, este tipo de chiste es el menos recurrente).
En el mundo de Rogen y compañía cabe todo: marihuana, demonios con penes descomunales, cameos imposibles, Whitney Houston y lo que haga falta. Podrá gustar más o menos pero su absoluta falta de vergüenza juega de forma plena a favor de su cine. Se trata de una comedia sinceramente divertida siempre y cuando los prejuicios se queden en casa.
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