Desde que el cine es cine y lo importante es el negocio los códigos se han perfeccionado cada vez más, abrazando aquello que es más ventajoso no tanto para la narrativa de la película como para el bolsillo del productor y desestimando (no siempre, todo sea dicho) lo que no funciona para vender entradas.
La fórmula tiene poca comparación con la de la Coca-cola. No hay ningún secreto especial que haga de estos productos algo rentable. En esta ocasión los pasos se han seguido uno por uno, como el alumno más aplicado de la clase en el que todos los profesores confían pero con mente falta de imaginación. Cómico de moda en alza (en este caso el simpático, que no divertidísimo, Jason Sudeikis), actriz venida a menos pero con algo de crédito aún con el doloroso peso de los fracasos (una Jennifer Aniston necesitada de sentirse sexualmente deseable), un par de caras jóvenes con la esperanza de dar a conocer al nuevo Michael Cera y algún que otro cameo que relance el filme en los momentos más monótonos.
La historia, como ocurre más veces de las deseables, es una excusa de cinco minutos para soltar el mayor número de bromas posibles en la excesiva pero entretenida duración de la película. Un camello de poca monta debe dinero a su jefe y no le queda otra que emprender un viaje con una familia falsa para poder pasar la frontera norteamericana con un gran alijo de drogas. Como es de esperar, casi todo el humor de la cinta es chabacano al más puro estilo de Resacón en Las Vegas (2009) pero sin ese halo de infantilidad madura que hacía que la película de Todd Phillips no temiese a ningún censor ni conociese la vergüenza ajena. Aquí, Rawson Marshall Thurber tiene miedo de no caer bien a todo el mundo y al igual que hiciera en su trabajo más famoso hasta la fecha, Cuestión de pelotas (2004), cuando no le importa resultar ofensivo se descubre como alguien con talento, pero por desgracia esconde ese ingenio debajo de una gran corrección y respeto hacia las normas del género.
La mayor parte de los gags nacen de los tacos, las drogas y el sexo. Disfrutables cuando el buen gusto media, resultan pesados al hacer las veces de motor del argumento, justificando una situación sin salida con la que se han encontrado los guionistas de la cinta. Plantea situaciones divertidas y originales, pero ante la falta de imaginación lacerante todo se resuelve como el ochenta por ciento de las comedias americanas en las que el buen rollo predomina. Por eso es inevitable pensar en filmes de reciente cuña como Por la cara (Seth Gordon, 2013) al ver esta Somos los Miller.
Sudeikis lleva el protagonismo de toda la función con alegría, sin embargo, una terrible condena se cierne sobre toda la nueva generación de cómicos americanos. O quizá simplemente sea una cuestión tan absurda como su nombre de pila. Lo cierto en cualquier caso es que teniendo en mente a 3 de los cómicos mejor pagados de la actualidad (Sudeikis, Bateman y Segel) es apreciable que a pesar de su éxito comercial obtienen sus mejores registros cuando son parte de un reparto coral. Aniston ya no sabe qué hacer para volver a ser la novia de América, la adorable y querida por todos Rachel Green. De comedia insulsa en comedia insulsa aquí se desmelena (poquito, pero algo) para intentarlo con otro tipo de público. Aunque no precisamente gracias a ella, ha encontrado el producto necesario para que se vuelva a hablar de ella (o de su cuerpo).
Hay quien crítica de la factoría Apatow que se visten de autores y no dejan de ser más de lo mismo, sin embargo, películas como Somos los Miller, pese a resultar divertidas, demuestran que la Judd y los suyos tienen mucho que decir sobre la última comedia americana.
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