Ocurrió como en las películas. Era una tranquila mañana hasta que recibí una llamada. Una llamada que traía consigo un encargo. Y sí, caballeros, tal y como en las pelis, más me valía dar la respuesta adecuada.
«¿Qué sabes de las películas de robos y atracos? ¿Qué es lo que sabes?«
Era la ronca y acojonante voz del editor de una revista de cine para el cual había escrito una o dos veces en el pasado. Un tipo que podía ser magnánimo si tu actitud era lo que él consideraba adecuada pero tremendamente cruel si tu forma de trabajar e incluso tu forma de ser no encajaba con sus exigencias. En pocas palabras, un sádico.
Su petición me cogió por sorpresa: ¿Pelis de atracos? ¿Quién no ha visto pelis de atracos? ¿Estaba de broma o qué? La respuesta, como buen superviviente que uno pretende ser, es afirmar que lo sabes todo. Que eres una enciclopedia viviente y que el cine de atracos es uno de tus géneros favoritos.
Lo cierto es que es un subgénero en el que no me había parado a pensar con detenimiento. No cuando mi mente estaba más centrada en desentrañar los misterios de Lynch o admirar las virtuosidades estéticas de Fincher. Tras un breve análisis y abordándolo como subgénero, me di cuenta de que el cine de robos y atracos está lleno de estereotipos, tramas que se repiten y evolucionan y ramificaciones que a su vez derivan en otros subgéneros. El antecedente histórico más inmediato del cine de robos y atracos es obvio: el western. El consabido asalto a la diligencia. El bueno, el feo y el malo, Grupo Salvaje, Dos Hombres y un Destino, son algunos ejemplos que sirven de cara a la galería y aparentar en La Latina ser un entendido de estos temas. Sin embargo, esa es la primera capa, la más obvia y que según las circunstancias (y más si el gandulismo llama a la puerta) puede salvarte para cubrir el expediente.
Pero el cine de robos y atracos trasciende más allá de su género o subgénero y logra introducirse en otros, mimetizarse y camuflarse hasta pasar completamente desapercibido. El robo es un mal endémico en la sociedad. Lo vemos todos los días en sus diferentes modalidades. Algunas de ellas, pese a su cuestionable moralidad, pueden ser más aceptables que otras. Los casos de corrupción, desgraciadamente, están a la orden del día y son los que menos tolera el ciudadano medio por la indignación e impotencia que producen. Mientras que un atraco a un banco, o más bien la fantasía de atracar un banco, puede llegar a percibirse como algo atractivo y liberador. Los atracadores desafían al sistema, establecen sus propias reglas del juego y huyen de todo conformismo. Son Robin Hoods a pesar de que el dinero vaya destinado sólo a cubrir su codicia y no para los pobres. Estos atracadores viven lo contrario que el triste hombre medio y caminan en la dirección opuesta a donde se dirige la sociedad moderna, cada vez más controlada y restrictiva. El cine es un reflejo de nuestros deseos, de nuestros sueños y temores y desde los primeros westerns, el cine ha sabido convertir el fruto prohibido en espectáculo. El robo tiene muchas caras, y en el cine ocurre igual, está presente de distintas formas, a veces muy obvias y otras veces no.
¿Hablas en serio?
Como he dicho, el robo está presente en todas partes y no debería ser acotado a un solo género. La boda de mi mejor amigo, por ejemplo. Es una locura nombrar esta película en este contexto ¿verdad? Una locura digna de hacérselo mirar. Pero nos guste o no, cumple los requisitos, caballeros. No se trata de robar un banco o un museo, pero si de robar algo, en este caso un novio. Y como toda película de robos hay un plan, hay unos cómplices y hay mucho engaño de por medio. El plan es lo que define la peli de robos y La boda de mi mejor amigo es una peli perfecta en ese menester. Un ejemplo menos polémico pero no por ello más obvio es el de Psicosis. La obra de Hitchcock empieza con un robo y deriva en lo que luego los amantes del cine de terror bautizarían como slasher. Una vuelta de tuerca sorprendente en que una misma película nos hizo viajar de un género a otro. Abierto hasta el amanecer también juega en esta liga.
El cine infantil no escapa. Los Goonies es un film modélico de atracos con un grupo de individuos más o menos heterogéneo (el listo, el cobarde, el líder, el tonto), con un alambicado plan para cumplir el objetivo y una bonita cuenta atrás para llevarlo a cabo y crear desasosiego tanto en los personajes como en los espectadores.
Cuenta conmigo es otro ejemplo de la lista: en esta ocasión el botín es el cadáver desaparecido de Ray Brodwer que de ser encontrado conllevará a una recompensa y reconocimiento para los protagonistas. Y por supuesto, no podemos olvidar Solo en casa: el asalto a la fortaleza no visto desde el punto de vista de los invasores sino desde la victima, concretamente en el pequeño Macaulay Culkin. Cabe destacar que La habitación del pánico, de David Fincher, que no deja de ser una versión adulta y estilizada de Solo en casa.
Origen de Christopher Nolan vendida al gran público como película de ciencia ficción de tomo y lomo tiene más elementos en común con Ocean’s Eleven y con Italian Job que con Matrix o Blade Runner. En esta película asistimos al atraco mental de un grupo de individuos, cada uno experto en un área.
¿El género propiamente dicho?
Tarde de perros, de Sidney Lumet es un film que define a la perfección lo que se llamaría un film de atracos propiamente dicho y que marcaría la pauta a seguir en películas posteriores. La autenticidad está por encima de todo. Nunca después se rodaría un atraco y sus consecuencias de la misma forma. A partir de esta película se podría decir que surge un subgénero: el del atraco fallido, con el encierro de los atracadores en el banco junto a los rehenes y con la policía afuera rodeándoles. Plan oculto, de Spike Lee, John Q, El negociador, Cadillac Man, la estimable e infravalorada pero muy, muy reivindicable La trampa del Caiman, dirigida por Kevin Spacey, siguen esta premisa llevándola por distintos derroteros. Elementos clave en este tipo de películas es la tensión entre la policía que rodea el edificio y los atracadores atrincherados como ratas, con el clásico intercambio de peticiones, pruebas de confianza, etc. Otro elemento determinante en estas películas es el síndrome de Estocolmo que se establece entre los atracadores y las víctimas, generando todo tipo de situaciones de tensión, con improbables aliados y traiciones. Se abre así un interesante abanico de las distintas dimensiones de los personajes.
El atraco casi perfecto
Más allá del encierro en el banco o en la fortaleza causado por un fallo del plan original, están las películas en las que viajamos con los atracadores a través de varias de sus fechorías, asistimos a sus planes y somos testigos de sus fracasos y triunfos. Normalmente en este tipo de películas el atracador y el policía suelen tener la misma dosis de protagonismo y el público puede contemplar las dos caras de la misma moneda. Se suele establecer una relación del bien frente al mal. Y a veces el mal llega a seducir al bien, tal y como le ocurre a Johnny Utah interpretado por Keanu Reeves en Le llaman Bodhi. Película perfecta de atracos, con adrenalíticas escenas de acción (la persecución a pie por los barrios de Los Ángeles), antagonistas carismáticos y que ejemplifica la dialéctica del hombre de a pie contra el sistema que le aprisiona. No se trata de dinero, se trata de liberar el alma y sentirse vivo tal y como parafrasea el atracador jefe interpretado por un sureño Patrick Swayze.
Heat, de Michael Mann sería es el film emblemático por antonomasia en lo que atracos bancarios se refiere, con unos Al Pacino y Robert de Niro como dos fuerzas de la naturaleza enfrentadas y en el que los espectadores asisten a dos puntos de vistas perfectamente diferenciados y equilibrados. Enemigos Públicos también dirigida por Michael Mann y que narra las andanzas de John Dillinger repite mismo patrón pero con peor fortuna.
The Town dirigida por Ben Affleck es otra extensión de la herencia dejada por Michael Mann pero sin llegar a aportar algo nuevo o digno de interés, salvando, eso sí, la interpretación del siempre interesante Jeremy Renner. Tampoco hay que olvidar el toque moderno y cibernético dado por Operación Swordfish cuyo prólogo autorreferencial hace que por si sólo merezca la pena ver la peli pese a que el resto no esté a la altura de las circunstancias.
Sin ser películas de robos propiamente dichas, no podemos olvidar Jungla de Cristal, con esos carismáticos villanos jugando con la policía y haciéndose pasar por terroristas, con demandas absurdas, para conseguir así un suculento botín. En la tercera parte de la saga, Jungla de Cristal: La Venganza, los villanos protagonizan la memorable e ingeniosa secuencia del asalto a La Reserva Federal de Oro en Wall Street. No podemos ni debemos olvidar el brutal inicio del Caballero Oscuro donde el público conoce al nuevo Joker durante el atraco a un banco. Secuencia que sirve de homenaje (reconocido por el propio Nolan) al Heat, de Michael Man.
Después del atraco…
No todas las películas de robos giran alrededor de un robo espectacular y no en todas tiene que mostrarse necesariamente como se desarrolla dicho robo en la pantalla. Un ejemplo clave es el de Reservoir Dogs, la ópera prima de Quentin Tarantino. El atraco al que el Señor Blanco, el Señor Rubio y compañía se remiten constantemente está en off y es al público a quien le toca ordenar las piezas. La película se centra en lo que ocurre en un post atraco no del todo exitoso por la violencia ejercida durante su ejecución. La tensión desatada tras el atraco, lejos de apaciguarse, va a más y más hasta desencadenar en un torbellino de violencia en el que no sale títere con cabeza.
Otra película reseñable y que ahonda en el perfil psicológico de los atracadores, en sus relaciones entre ellos en los momentos de relativa calma, en cómo se desarrolla su día a día, en la latente tensión que parece dominar sus vidas y la violencia sorda que se esconde en cada uno de sus movimientos es la inolvidable El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Todo un tratado psicológico sobre la mente de los criminales.
Animal Kingdom, sorprendente y perturbadora película australiana, también apunta en esta dirección psicológica pero desde una perspectiva familiar y domestica y a través de la mirada inocente de un chaval ajeno a ese mundo. Al igual que en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, vemos como se desenvuelven los atracadores en su vida diaria, donde impera un fuerte clima de desconfianza y tensión.
Golpes sencillos que se complican
Los Coen son maestros de la premisa del pobre hombre medio que decide abandonar su vida apocada y sacar un poco de dinero fácil hasta que una consecución de pequeñas cagadas (casi siempre causadas por él mismo) desencadenan en un fatal desenlace. Fargo, Ladykillers (remake del Quinteto de la muerte), el Gran Lebowsky son ejemplos perfectos.
Un plan sencillo, de Sam Raimi, película deudora hasta el tuétano de los Coen nos habla de los peligros de encontrar un maletín lleno de dinero y quedártelo. El cine de Guy Ritchie con sus Snatchs y sus Lock and Stocks sacan todo el partido a las reacciones en cadenas convirtiéndolas en el sello de estilo de su autor.
En una línea más seria pero partiendo casi de un film parido por Guy Ritchie está la impecable y contundente Mátalos suavemente, en la que tres tipos no muy listos dan un golpe casi maestro que acaba por superarlos trayendo una fuerza de la naturaleza personificada en un cínico Brad Pitt.
Los más cool del barrio
Hasta ahora hemos hablado de films en los que sus protagonistas se ensucian las manos. Films más cercanos al cine negro, llenos de personajes ambiguos, violentos y con un reseñable peso psicológico. Pero no podemos hablar de cine de robos sin detenernos en un subgénero más refinado, elegante y, a veces, hortera, en lo que a estética se refiere, que es el cine de ladrones de guante blanco. Ahí entran películas como La cuadrilla de los once y su remake del 2001, Ocean’s Eleven, sus secuelas, Italian Job y su remake, El golpe, The Confidence, Los impostores, La trampa, incluso podríamos nombrar Rounders. En esta categoría entraría la recién estrenada Ahora me ves… en el que su protagonistas son un grupo de magos que deciden pasarse al robo de alto nivel en el que darán rienda a los trucos aprendidos en su profesión a lo largo de los años.
En estas películas, el engaño es el motor de la historia y lo utilizan tantos los personajes de la historia como los guionistas de la propia película para llevar a los espectadores a donde quieren. Uno, como espectador, nunca puede estar seguro de sí lo que está viendo es verdad o si está siendo engañado igual que las víctimas de estos estafadores sofisticados.
Entregando el documento al editor
Tras este análisis me puse en contacto con el editor. Poco después, estábamos en su salón, sentados uno frente al otro. El editor tenía mis páginas en sus manos. Me miró unos instantes a través de sus gafas. Sus ojos negros, casi porcinos estaban clavados en mí. Arrugó las páginas y las rompió delante de mí. Quedé desolado. Miré a mí alrededor sin saber muy bien qué hacer. Quería huir de allí. Entonces vi que había un calcetín tirado en el suelo, al lado de un sillón y con muchas pelusas de polvo a su alrededor. Vi que debajo del sillón había más porquería. Mucha más: lo que para una hormiga serían toneladas. Supe que la mujer de mi editor le había dejado. Vete a saber desde hacía cuanto. Sólo un hombre puede limpiar de esa manera un salón y quedarse tan tranquilo. Supe también que ya no era editor de ninguna revista y cuando se levantó para servirse un Jägermeister a las diez de la mañana con movimientos tambaleantes, casi de hipopótamo, y vi que estaba aún con el pantalón del pijama, supe que estaba arruinado.
A pesar de mi acojono, apenas disimulado, me enseñó un mapa. Tenía un plan.
Y contra todo pronóstico, tenía muy buena pinta. Eso hizo que me tranquilizara y que le preguntara por las armas.
El me miró desconcertado y me preguntó: «¿qué armas?«. Yo respondí, (siempre es importante tener la respuesta adecuada, caballeros) parafraseando a Clarence Worley:
Siempre es mejor tener un arma y no necesitarla que necesitarla y no tenerla.
Sonrió.
Nos pusimos manos a la obra.
FIN
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