La montaña rusa

La montaña rusa: Una comedia trasnochada

Billy Wilder decía «todas las películas son demasiado largas y todos los penes demasiado cortos«, qué razón tenía, hasta el sexo de La montaña rusa (en ocasiones bastante explícito) resulta tedioso. La comedia romántica o de enredos es uno de los géneros más antiguos, nadie va a descubrir nada nuevo a estas alturas y por mucho que Emilio Martínez-Lázaro se proponga caminar por los vericuetos del amor libre y el sexo a tres bandas no consigue parecer ni moderno ni gracioso.

 

A pesar de todo Martínez-Lázaro fue uno de esos directores que a finales de los 80′ y primeros de los 90′ creó un subgénero, la comedia castiza, películas con sabor a Woody Allen rodadas en Madrid. Si comparamos sus mejores obras, Ama tu cama rica o Los peores años de nuestra vida, con su último trabajo, lo único que vamos a conseguir es sentir vergüenza ajena.

 

El guión es repetitivo, cíclico (no ayuda que los personajes estén constantemente visitando los mismos lugares) y excesivamente largo. La boba comparación del orgasmo con la montaña rusa parece justificar los horribles flashback donde los protagonistas todavía juegan en el patio del colegio. Martínez Lázaro no es un mal director de actores, pero con los niños es mejor que no vuelva a intentarlo. El cameo de Leticia Sabater no hace más que empeorar las cosas.

 

La montaña rusa

 

Todo es tan falso como las inquietudes de la protagonista femenina. Una bella y frígida violinista interpretada por Verónica Sánchez que no encuentra satisfacción ni en el amor ni en el sexo hasta que tropieza con ambas cosas. La estabilidad y la confianza se la proporciona el personaje de Alberto San Juan, la pasión y el placer le ha tocado a Ernesto Alterio. Dos hombres distintos, que además, fueron compañeros suyos en la escuela.

 

En La montaña rusa solo funcionan algunos chistes y el mérito pertenece únicamente a San Juan y a Alterio. Ambos actores están naturales y bastante graciosos. El personaje de Alterio es más goloso, un clown depresivo y follador abocado al fracaso. Alterio y su dubitativa y renqueante forma de hablar consiguen arrancar alguna sonrisa. Al otro lado está el personaje de San Juan, un tipo más tranquilo. Un exitoso humorista de televisión con la libido baja. Su papel hará reír menos pero tiene mérito sostener la normalidad en una comedia como esta. La química de los dos intérpretes se palpa en cada secuencia que comparten. Con ellos en la pantalla todo mejora.

 

Y en medio de ambos actores está Verónica Sánchez, que aunque fuera la mejor actriz del planeta (no es el caso, obviamente) no podría levantar el personaje tan absurdo que le ha tocado interpretar.

 

La horrible voz en off, las mismas secuencias repetidas una y otra vez, la absurda motivación de los personajes, el odioso restaurante oriental que parece ser el único de todo Madrid y el sexismo a la hora de enseñar carne hunden la película. Cuando en una comedia que bebe de Ernst Lubitsch la gracia se concentra en los gags subidos de tono -de hecho la mejor escena es esa en la que aparece María LaPiedra– , mal vamos. Y lo de Lubitsch no lo digo yo, pregunten a Daniela Féjerman, guionista de la película junto con Martínez-Lázaro.

 

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