«Hasta hace poco, aún llorabas por cualquier tontería…«
Ocurre una cosa con Mashle: cada vez que el autor intenta ponerse serio para profundizar en la trama o avanzar en los combates el interés por la serie baja enteros. A Hajime Komoto se le da muy bien el humor, pero no se le da tan bien el shonen clásico de peleas. Es muy capaz de hacer que nos desternillemos de risa con las idas de olla de Mash o las locuras de su grupo de amigos, pero si uno se para a analizar cómo funciona la magia en el mundo que ha creado el mangaka lo cierto es que hay muchas lagunas y las mejoras y subidas de nivel de los personajes secundarios (la de Finn en este número es escandalosa) no tienen demasiado sentido ni quedan tan siquiera explicadas, el personaje de turno hace una nueva magia ultrapoderosa y ya está. Sin más.
Es por eso que uno sale del Mashle #14 que acaba de publicar Norma Editorial con la sensación de que ya estamos simplemente esperando a ver cómo la historia se desarrolla hacia su final. Seguramente también sea éste el motivo por el que esta colección comenzó a bajar en las encuestas de popularidad de la Jump justo antes de que se anunciara su adaptación televisiva. Y es precisamente este fallo el que parece que el anime está corrigiendo, al meter mucha más caña al humor con chistes que, además, casan perfectamente con el espíritu de este manga. Pero por desgracia esto no es el anime, así que nos toca comernos tres combates contra subjefes en este tomo mientras seguimos a la espera de que alguien vaya a despertar al protagonista de la historia.
«¡No debéis sentiros mal por escapar de alguien que os controla con el miedo!«
Y no es que no haya nada de comedia (el combate de Dot y Lance contra el señor de los flanes tiene algunas secuencias bastante simpáticas), pero los chistes que nos encontramos son pequeñas islas en un mar de acción desenfrenada y absurda. El combate de los hermanos Ames, por más profundo que pretenda ser, no tiene casi ni sentido (Rayne debería haber muerto un millón y medio de veces antes del girito de la trama) y el de Orter es sencillamente soporífero y prescindible por completo (un personaje secundario que jamás ha reivindicado el más mínimo protagonismo peleando contra un villano cuyo poder da auténtica pereza), aparte de darnos a entender que el Visionario Divino de la arena se ha dejado herir por amor al arte.
Quedan aún cuatro tomos completos para el final de esta colección y, si se parecen al que acabamos de terminar, me da la impresión de que se nos van a hacer muy largos (aunque he de agradecer las historias cortas que Komoto sigue introduciendo entre capítulo y capítulo y que conservan el alma original de esta serie). Echo de menos series como Zatchbell, que eran capaces de mezclar en todo momento humor y acción a partes iguales. Me da en la nariz que este manga es otra de las muchas víctimas de un editor temeroso que ha tirado de el sota, caballo y rey del shonen para ‘salvar’ a un manga que no iba del todo bien en las encuestas. Personalmente, creo que el viraje hacia las peleas y la pérdida de humor le hacen un flaco favor al Mashle que todos conocemos y adoramos.
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