Con esta En Llamas retomamos los acontecimientos que tuvieron lugar en el film de Gary Ross y nos metemos de lleno en una suerte de versión mejorada del mismo. Porque, al igual que ocurre en las novelas de Suzanne Collins, la estructura que sigue esta secuela es muy similar a la del original, con sus respectivos juegos del hambre incluidos. Pero con una diferencia, ahora todo es más épico y oscuro.
Lo que solo se apuntaba en la cinta de 2012 ahora forma parte del discurso principal, y lo que antes no parecía más que una excusa para justificar el circo, ahora es la esencia de la película. Así, por fin, esta realidad distópica en la que transcurre la historia comienza a funcionar como verdadera metáfora hacia los problemas y temores que atenazan a nuestras sociedades y su valor de crítica ruge con fuerza, revelando a los juegos del hambre como lo que son: un estruendoso mcguffin al servicio de un juicio a nuestra ignorancia y ceguera selectiva y a la «tiranización» de los gobiernos y fuerzas del orden occidentales. Vivimos unos tiempos en los que se suceden los conatos de revolución, donde la represión cada vez es mayor para defender un injusto statu quo, y en los que el populismo y los desmanes forman parte de la hoja de ruta de los gobiernos (democráticos y dictatoriales). Panem no es más que una visión extrema de estos males recordándonos que, en el fondo, esto sucede porque nosotros queremos, pues no hacemos nada al respeto (ya sea por miedo o por falsa comodidad), y que cualquier lucha, cuando se inicia, tiene sus consecuencias.
En Llamas no es ni la primera ni la última película en abordar tales temas, y seguramente tampoco sea la que mejor partido les saque o la que mejor refleje las inquietudes al respecto y, sin embargo, es una propuesta de gran valor. La importancia de Los Juegos del Hambre está en que acerca estas ideas a un público juvenil atiborrado de sagas juveniles cuya máxima complejidad radica en descubrir como se resuelve la trama amorosa o que secreto del pasado se revela al protagonista, y que por lo general muestra un alarmante desinterés hacia relatos que ofrezcan la posibilidad de un mínimo de reflexión.
El film de Francis Lawrence hace más hincapié que su predecesora en las tramas políticas y en mostrar lo que se esconde detrás de la pomposidad y excentricidad del Capitolio. Katniss y Peeta se dan de bruces con una realidad que nada tiene que ver con la fama y las comodidades que les han vendido por ganar los Juegos del Hambre. Y nosotros somos testigos de esa transformación. En la competición que se nos presenta en esta ocasión hay más en juego que las vidas de los protagonistas, de su victoria depende que prenda la chispa revolucionaria o que el sistema aplaste la esperanza. De ahí que toda la película esté envuelta en una atmósfera más oscura y más adulta.
Aunque si hay un aspecto por el que se debe valorar a la película (y por ende a la saga) es por el rol protagónico de Jennifer Lawrence. Después de algunos años en los que las heroínas parecían haber pasado a mejor vida y esos carismáticos personajes tipo Sarah Connor, Clarice Starling o Ellen Ripley cada vez eran menos frecuentes (salvando honrosas excepciones como Mallory Kane o Evelyn Salt), aparece esta Katniss Everdeen que no solo recupera el rol activo que les corresponde a los personajes femeninos en el cine de aventuras y de género, sino que educa a una nueva generación de espectadores y posibles profesionales de cine, a ver que la acción no está reñida con el género y que una mujer puede cargar con el protagonismo de cualquier propuesta de esta índole sin tener que verse lastrada por un romance o por dependencia hacia ningún hombre. Féminas como Kate Beckinsale y Angelina Jolie han intentado hacer lo propio aunque pagando un alto peaje al condicionar parte de la fuerza de sus personajes al interés sexual que pudieran despertar en el público. Un precio que al menos de momento (para bien de todos), Lawrence no ha tenido que pagar.
A este respecto supone también un interesante ejercicio el que realizan Josh Hutcherson y Liam Hemwsworth. Atendiendo ala intercambio de roles tradicionales el primero vendría a actuar como el chico en apuros, una persona de gran corazón al que todos protegen para que no sufra daño alguno. El segundo, además de aportar el apellido de Thor a la saga, funciona como un love interest al que se le hace el caso justo para que Katniss reaccione en determinados momentos.
Dejando a un lado este discurso más profundo sobre lo que nos ofrece el film de Francis Lawrence, lo que nos encontramos es con un blockbuster de bastante oficio. El cineasta demuestra tener más tablas que su antecesor en estos lares y construye unas secuencias de acción de mucho empaque, aprovechando las opciones que le da el CGI y combinándolo con escenas que exigen mucho trabajo físico a los actores. Como decía al principio, la estructura que nos presenta En Llamas es muy similar a la de su antecesora, ahora bien, los problemas que presentaba esta en cuanto a ritmo y expectativas, se han solventado con gran acierto. Quizás, la mayor pega que podamos achacarle a la película sea la forzada transformación que experimenta el personaje de Woody Harrelson, será más o menos fiel a la fuente original, pero se ha plasmado de forma muy brusca.
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