Los últimos cinco años

Los últimos cinco años: El edulcorante teatral

En los últimos años, el espectador ha asistido a todo tipo de métodos para suplir esa sutil aunque evidente falta de ideas originales que llevar a la gran pantalla. No resulta descabellado entender que, dado que parece que todo se encuentra inventado, es más fácil recurrir a lo que ya se ha hecho antes y convertirlo, en la medida de lo posible, en una obra nueva y que, al mismo tiempo, rinda un buen homenaje al trabajo en el que este se ha basado. Este hecho, a estas alturas, parece un ejercicio por el que demasiados directores y guionistas han de pasar, dada la ingente cantidad de largometrajes que construyen su trama sobre un personaje que resulte de algún modo ilustre, desconocido o no, un libro de éxito que ha revolucionado a adolescentes de todo el planeta o, como ocurre en este caso concreto, sobre un musical de Broadway. Y, sin embargo, no siempre es suficiente para atraer al público.

 

Jeremy Jordan y Anna Kendricks

 

Los últimos cinco años es, sin duda, un buen ejemplo de que, aún con todo, optar por una adaptación cinematográfica de una obra musical de éxito supone el riesgo de sufrir más de un tropiezo. Richard Lagravenese dirige, así, una obra que abusa de las buenas intenciones y de una trama que en los escenarios resultó digna de alabanza, para presentar una cinta edulcorada que se aleja del romanticismo dramático. No obstante, la ausencia de carisma es, con toda probabilidad, la característica más relevante que puede extraerse de este largometraje. La fuerza de la historia se pierde prácticamente desde el mismo inicio, en un juego de montaje que facilita el despiste del espectador y que, aunque en los escenarios funcionó perfectamente, en la gran pantalla no marcha realmente del modo en que cabría esperar.

 

Lo cierto es que, a pesar de que al argumento parezca un tanto insulso en ciertos momentos y de que la adaptación no suponga uno de los mejores trabajos de Lagravenese, la interpretación de Anna Kendrick es notable, como cabría esperar. La forma en la que se pone en la piel de una mujer que, por mucho que dedique todos sus esfuerzos a ello, no parece lograr encontrar el camino profesional al que está destinada, ensombrece totalmente a su compañero de reparto, Jeremy Jordan, quien realmente parece un tanto sobreactuado en algunas ocasiones puntuales que hacen que su personaje pierda totalmente el sentido de lo que está sucediendo. Probablemente, uno de los problemas que se hacen más notables es la falta de química entre ambos intérpretes, que provoca cierto desapego que va más allá de la simple falta de conexión con la historia. En este sentido, y a pesar de la brillantez de Kendrick y de la corrección de Jordan, se hace complicado crear una conexión con unos protagonistas tan alejados entre ellos.

 

Los últimos cinco años sigue el patrón de la adaptación cinematográfica al uso, no busca sorprender y dejar al espectador con la boca abierta. Y, quizá, es en este sentido donde surge toda la problemática que caracteriza gran parte del largometraje. Sus intenciones no están desencaminadas. Lo que sí se encuentra en un punto muerto es el modo en que se abre el espacio, se huye del escenario para encontrar esa amplitud que proporciona el cine y que, en este caso, no se aprovecha realmente. La historia se desmerece en cierto punto y las frustraciones, los éxitos y los fracasos que ambos viven no traspasan pantalla para llegar al público.

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