Perdida: La verdad es un tesoro

Basada en el best-seller homónimo de Gillian Flynn (editado en España por Penguin Random House), Perdida narra la desaparición de la mujer de Nick Dunne (Ben Affleck), quien sometido a la presión policial y mediática, no puede evitar que el retrato de su feliz matrimonio se tambalee. Pronto sus engaños y extraño comportamiento llevarán a todo el mundo a preguntarse si él es el responsable de la desaparición de Amy (Rosamund Pike). Y hasta aquí podemos leer, al menos de cara a un primer visionado para un film que, por otra parte, nos invita a varias revisiones para desentramarlo por completo.

David Fincher nos ofrece un suspense tan adictivo como perturbador, que nos impide apartar la mirada por mal que veamos sentir a los personajes en determinadas secuencias. Como en la historia original (a la que es tremendamente fiel), el director tiene tan bien estudiadas las cartas de las que dispone que nos lleva por donde quiere en un thriller enrevesado como pocos, haciendo que nos encariñemos u odiemos a algún personaje para, en el momento más inesperado, hacernos cambiar de parecer con un bofetón, diciéndonos que por muy claras que parezcan las cosas, no podemos dar nada por sentado. Y es que toda historia tiene dos versiones.

Ben Affleck en Perdida

El ejemplo más claro de esta idea lo encontramos en el personaje de Ben Affleck, –no hay más que visionar el tráiler– en cómo debe aparentar una verdad ante los medios y como fuera de ellos defiende o muestra otra cara bien distinta. En este sentido Perdida es fiel a una de las constantes del cine de Fincher cuando a thrillers se refiere, “la verdad” tiene muchas capas. Siempre hay un secreto que ocultar o una verdad por descubrir debajo de otra. Cualquier detalle, hasta el más nimio, puede ser importante y a pesar de lo cual, creemos lo que queremos creer.

Aquí juegan un papel muy importante los medios de comunicación, elementos de presión para el protagonista, y objeto de crítica en una capa más profunda, que habla sobre como percibimos las historias, su subjetividad, como se cuentan, o lo sencillo que resulta manipularlas… así como a los receptores de esas historias. Tan real como la vida misma. No hay más que echar un vistazo a los telediarios o los magazines de actualidad para comprobarlo. Concretando en el caso que se vive en la película, basta con ver los juicios populares a los que se enfrentan los sospechosos de cualquier crimen. Haya sido cometido o no.

Esto contrasta sobremanera con la forma de en que el cineasta de Denver concibe el cine, su obsesión con los detalles y el perfeccionismo que comparte con algunos de sus personajes. Frente a las historias que puede contar uno u otro implicado, los detalles son los que dan validez a los hechos. Los ejemplos –en su filmografía– de Zodiac o Millennium son evidentes. En el thriller “nórdico” las pistas estaban delante de los protagonistas desde el principio, solo tenían que saber verlas y unir las piezas. En el periodístico todos sabían quien era el culpable, Graysmith, Toschi… pero la falta de una prueba palpable y definitoria impediría que pudieran echarle el guante al criminal, por más que no hubiera género de dudas respecto a su culpabilidad. Perdida también tiene este ADN fincheriano que nos obliga a no dejar pasar nada por alto. Incluso en la propia historia, a modo de mcguffin, los propios personajes tienen su propio juego de búsqueda del tesoro, donde las pistas no siempre se muestran evidentes, pero siempre revelan algo importante.

Rosamund Pike en Perdida

Y tan importante como la precisión de los detalles, lo es la atmósfera opresiva e inquietante, casi irreal, con la que envuelve su relato. Desde la muy contrastada fotografía, a la formidable edición de sonido o un montaje y una puesta en escena que, sin tantas florituras, más contenidos, potencian el desasosiego en que vive la historia y sus protagonistas. Y aunque se haya convertido en una manida coletilla entre los críticos de medio mundo, el director tiene que estar muy agradecido –a quien se lo deba– por haberse encontrado con Trent Reznor y Atticus Ros, quienes le llevan acompañando en labores de compositores musicales desde La Red Social.

El reparto principal, evidentemente, ha de estar a la altura. Ben Affleck da muy bien para el papel. Un tipo agradable, que sabe caer bien ante la cámara, pero al que se le suele acusar de tener una variedad de recursos bastante limitada. Cierto o no, el rol de un tipo poco dado a mostrar una verdadera angustia –la procesión va por dentro, dicen– y muy preocupado en mostrarse cercano y afable, le viene como anillo al dedo, favoreciendo mucho la verdad de su personaje. Pero es Rosamund Pike la gran revelación de la película. Perdida en papeles de poco fuste en los últimos años, acompañando al héroe de turno en el mejor de los casos, Fincher ha aprovechado todo su potencial, ofreciéndole un personaje con muchas aristas. Un caramelo que bien vale una buena maleta de reconocimientos en forma de premios y mejores papeles.

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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