Persiguiendo Mavericks

Persiguiendo Mavericks: Mucho surf y poco cine

 

Lo mejor que se puede decir del último largometraje protagonizado por Gerard Butler es que a pesar de su extensa duración, se hace corta. La fuerza de las imágenes del mar, tanto acuáticas como aéreas, funcionan como motor de una historia con tantas faltas que de otra manera sería aburridísima.

 

El recelo comienza una vez descubierto que la película aborda una vida real. Las vivencias que se plasman en celuloide siempre tienen su poso en la realidad, pero cuando se trata del relato de una superación, con la apariencia de que todo está en contra del héroe de turno, hay que andarse con cuidado. En las manos equivocadas, una material tan tembloroso como este puede ser carne de telefilme. Y las cuatro manos responsables de este proyecto tienen caché (al menos dos de ellas) pero desde luego no son las apropiadas y mucho menos si les faltan dos dedos (de frente).

 

Curtis Hanson fue el primero en embarcarse en el proyecto, quien cuenta en su filmografía con insípidas cintas que sin embargo resultan entretenidas (contando la vida de Eminem, por ejemplo), pero que debe su fama a dos espléndidas obras muy distintas entre sí: L. A. Confidential (1997) y Jóvenes prodigiosos (2000).

 

Michael Apted tomó las riendas del rodaje cuando, debido a una operación, el señor Hanson hubo de retirarse. Su carrera, al igual que la de su predecesor, cuenta con algún taquillazo, largos dirigidos por el productor y una obra interesante como supuso la Nell (1994) protagonizada por Jodie Foster. Dicho así, las trayectorias de ambos parecen semejantes empero Hanson se ha ganado un respeto – James Cameron y su Titanic le birlaron el oscar – que para Apted parece inalcanzable.

 

 

Persiguiendo Mavericks

 

 

Mostradas las credenciales de sendos cineastas, el más cándido de los espectadores podría pensar que, aunque solo fuera por eso, Persiguiendo Mavericks valdría la pena. Sin embargo, para que esta afirmación se acercase remotamente a la realidad, muy poco tendría que importar al respetable la sobreexplotación de clichés, la estereotipación de arquetipos indispensables en la narración y la simple desgana a la hora de contar algo más allá de las cabriolas de los surfistas. Porque, de hecho, la película cumple perfectamente con aquello de lo que se jacta: la supervisión de profesionales del deporte y el acercamiento a la esencia del mismo mediante tomas imposibles le confieren un plus que no tienen otras películas surferas.

 

Esto, no obstante, no distrae del problema que supone contar sin gracia la historia de un joven de padres ausentes que, cansado de coger olas estándar, pide apoyo a su vecino para cabalgar olas de 12 metros de altura (las temidas Mavericks). Desde el minuto uno de función podría pasarse la película a doble velocidad y se comprenderían igualmente todos los manidos acontecimientos. No existe ni una sorpresa minúscula en el libreto que le permita justificar a sus responsables ni a su protagonista la elección de embarcarse en este proyecto.

 

Está basada en hechos verdaderos, lo cual hace suponer que, por mucho que uno quiera, esto es lo que hay. El inconveniente, pues, es haber decidido que esto podía tener éxito en salas y no como somnífero un sábado por la tarde.

 

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