Susanne Bier se suele enfrentar al drama desde diferentes vertientes y mañas. Ahí están En un mundo mejor con su respectivo Oscar o la última obra que ha dirigido en su Dinamarca natal, A second chance. Ahora opta por el drama mainstream dirigiendo un guion basado en un best seller, situado en la Gran Depresión estadounidense. Sí, un poco lejos de los parámetros de la realizadora.
Serena promete algo que después no se encuentra. La directora mezcla la historia con paisajes de las montañas del norte de Carolina; el entorno es de lo más cinematográfico: esos cielos, esos árboles y esa naturaleza salvaje aportan más significado a una trama que se debilita poco a poco.
La protagonista es Serena (Jennifer Lawrence), una joven que se casa con un atractivo negociante (Bradley Cooper), y cómo se acostumbra al nuevo hogar y circunstancia. Su historia de amor arranca fuerte al inicio pero se desinfla poco a poco, y eso que Bier pone empeño en focalizar la pasión entre el matrimonio.
Christopher Kyle no acierta en empatía a la hora de adaptar la novela. El relato no tiene emotividad, es todo aspereza, y no solamente por el rudo negocio de la madera, con todos esos leñadores y accidentes laborales, sino porque el espectador sale de la sala apático. No obstante, sabe describir bien el contexto: un mundo hecho para hombres rudos, toscos, injustos, sin alma. Tipos duros que trabajan la madera y en sus manos está desarrollar una nación y llevarla a superpotencia con su sudor y faena.
En definitiva, lo que se ve es un país y una sociedad con ganas de emerger. Pero por supuesto, en esta carrera siempre debe haber perdedores que acaben como víctimas ¿Quiénes son en este caso? Las mujeres. Ese ambiente tan apacible pero nublado señala la carga opresiva que acompaña a la narración del argumento: no había mayor vergüenza o tragedia para una recién casada en esos años que no poder tener descendencia. Por eso la protagonista vive la angustia y la tristeza con ganas de luchar, cual felina que es.
Lawrence no reluce tanto en la Gran Depresión como en Panem o trocada en mutante. Su compañero Cooper queda más encorsetado que otras veces. La pareja queda bien, pese a la diferencia de edad. Ya se notaba la química entre ellos en El lado bueno de las cosas, y después cuando formaban parte del reparto de La gran estafa americana. Aquí se presentan muy bien caracterizados y haciendo juego con el paisaje, y hasta ahí son creíbles. Las dos estrellas sacan a flote este drama, y eso que nadan a contracorriente en una historia insulsa. El texto inexpresivo les desfavorece, pero la buena fotografía les ampara.
Un guion frío, acompañado de un montaje muy poco labrado, apenas sabe dar el pulso para resultar interesante y comercialmente suspende por escasez de chispa. Es extraño que una tragedia sobre una pareja que no pueden tener hijos resulte lejana para el espectador. Porque éste queda imparcial cuando llega a los títulos de crédito.
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