Siete Psicópatas

Siete psicópatas: En el laberinto (de asesinos)

Martin McDonagh tiene una filmografía corta pero intensa. Con su primer largo, Escondidos en Brujas (2008), sorprendió a crítica y público con una mezcla a la irlandesa de los diálogos de Tarantino y el ritmo vertiginoso de Guy Ritchie. Tanto que le valió la nominación al Oscar por el guión de dicha película. Un éxito que ya había conocido con anterioridad gracias a su corto Six Shooter (2004), por el que ganó la estatuilla dorada.

 

El problema es que este irlandés de familia cinematográfica (su hermano John Michael es director y escritor de El irlandés [2011]) no tiene la capacidad literaria del maestro de la gran mandíbula para crear magníficas conversaciones para la historia, y tampoco posee el sentido de la acción del ex-marido de Madonna.

 

En la historia belga no escondió ni remotamente su pasión por la violencia y el humor negro con todos los ingredientes: drogas, armas, enanos, prostitutas, asesinos y un Ralph Fiennes en estado de gracia. Pero, a pesar de la muy buena comedia que compuso, eran tan tangibles sus referentes que se echaba de menos algo de personalidad en el tono. Dirigir el cine que se disfruta como espectador es un dogma y la pasión con la que se filma impregna el resultado, pero si esa pasión es de otro cineasta, la sinceridad del firmante queda encubierta.

 

Siete Psicópatas

 

En Siete psicópatas intenta encontrar un ritmo propio, sin resultar impostado al acelerar los acontecimientos o pausando la historia cuando desea hacerlo. Los elementos que caracterizan su cine son palpables, esa vena tarantiniana sigue ahí, con algunos chistes muy acertados y otros con pena y sin gloria, pero al menos parece que quiere rodar una película de Martin McDonagh, instaurándose en el camino correcto para perfeccionar su sello.

 

Sin embargo, el libreto es dubitativo, da vueltas sin parar y no tiene claro hacia donde ir. Está constituido por dos únicos actos bien diferenciados. El primero, con ritmo entretenido, presenta personajes de ese modo tan novedoso hace años pero repetido hasta la saciedad: imagen congelada y rótulo mecanografiado (o estampado, que hay que variar). En estos prolegómenos encontramos momentos muy divertidos y escenas escritas con ingenio (la entrada del personaje de Woody Harrelson es de las más graciosas de la película), pero no aparece por ninguna parte el rumbo. Si no se ha leído una sinopsis, el largometraje podría parecer una colección de cortos sobre asesinos con un hilo argumental mínimo que los uniera (y probablemente el resultado habría sido mucho mejor). Empero, lo que finalmente acontece es un bólido que posee la mejor maquinaria careciendo de piloto. A McDonagh se le hace necesario poner en boca de su protagonista la explicación de los giros habidos y por haber al no encontrar un nexo de unión entre actos y así poder sacarse de la manga un cierre rocambolesco y absurdo. Dicho cierre representa el citado segundo acto, que aleja la acción de los territorios explorados por el primero, llevando a los personajes a una locura sin sentido situada en el desierto.

 

Siete Psicópatas

 

Tras los créditos nos encontramos con otra solución con olor a pegamento barato: un personaje inquietante con el rostro del genial Tom Waits ve relegado su papel a un mero chiste que ni siquiera tiene hueco en la planificación principal del metraje. Y lo mismo con Olga Kurylenko, otra trampa de marketing de tres minutos.

 

Colin Farrell, Sam Rockwell y Christopher Walken conforman un trío protagonista con mucha química pero sus personajes ligeramente llegan a la altura de sus intérpretes. Woody Harrelson sí le saca mucha punta a su matón amante de los animales y hace suyas las escenas en las que está presente.

 

Una comedia entretenida pero perdida entre sus propios reveses, disfrutable pese a la sucesión de lugares conocidos. McDonagh promete mucho y ofrece poco, pero puede llegar a ser un gran director si deja la producción en manos de otra persona.

 

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