Sin Tregua

Sin Tregua: Perfeccionando un subgénero

¿De cuántas formas se puede contar el día a día de una pareja de policías patrullando los barrios más peligrosos? Ejemplos a lo largo de la historia del cine los hay a puñados. Desde French Connection (William Friedkin, 1971) hasta la inefable incursión en el género del otrora memorable Kevin Smith con Vaya par de polis (2010).

 

David Ayer se está labrando un hueco en este tipo de largometrajes gracias a libretos como el de Training Day (Antoine Fuqua, 2001). Se podría decir incluso que está perfilando un subgénero en el que los protagonistas siempre son los policías de la ciudad de Los Ángeles.

 

En Sin Tregua (2012) seguimos a los agentes Taylor y Zavala durante meses en su turno diario por los barrios deprimidos, donde las bandas de mejicanos tan estereotipadas por la franquicia de videojuegos Grand Theft Auto (y llevado al extremo en la película, quizá el único hecho punible) llevan a cabo sus fechorías.

 

Sin Tregua

 

A pesar de intentar hilvanar algo parecido a un hilo conductor que lo diferencie de su más claro referente (el thriller protagonizado por Denzel Washington) las reminiscencias son insalvables. Las identidades de los personajes están trazadas de maneras muy distintas y ésta no tiene la seriedad y el abigarramiento de aquélla, pero el situar la acción en un punto determinado tan característico lleva al inequívoco pensamiento de que ambas historias podrían estar ocurriendo a la vez a escasas manzanas de distancia. La falta de ese punto de conexión de la trama no es óbice para que la película pueda entenderse como varios capítulos, en la que durante la jornada laboral los sucesos crecen en intensidad a medida que se acerca el final. Sí existe ese hilo argumental, el problema es que una vez llegados los títulos de crédito uno solo recuerda lo bien lo que ha pasado rememorando las hazañas de los personajes, pero olvida por completo por qué lo estaban haciendo.

 

Lo que convierte a esta nueva incursión en una bocanada de frescura es el aliciente de la visión en primera persona. Con la excusa argumental (poco creíble) de que el personaje de Jake Gyllenhaal pueda rodar su trabajo policial con una videocámara para clase, se nos ofrece todo tipo de tiros de cámara llenos de talento y originalidad que permiten contar una historia saciada de forma innovadora. Aúna el cine duro y violento de autores sin remilgos como Tarantino o Peckinpah con el descaro de las buddy movies y el atrevimiento de la nueva ola de títulos que buscan sorprender a través de la experimentación con la cámara, como Monstruoso (Matt Reeves, 2008) o Project X (Nima Nourizadeh, 2012) (incurriendo, por cierto, en algunos errores presentes también en estas cintas). Ayer, además de escribir un libreto muy entretenido, demuestra un hacer magnífico desde la silla de director en secuencias donde contar los acontecimientos con precisión sin caer en lo obvio resulta más complicado de lo que parece: el prometedor arranque con el coche patrulla en plena persecución o el pulso firme y el ojo clínico de la escena del incendio.

 

Sin Tregua

 

La conexión existente entre Gyllenhaal y Michael Peña es tan potente como lo fue en su momento la de Mel Gibson con Danny Glover. Crean la sensación de familiaridad en el espectador de tal modo que emerge la tristeza de no poder acompañarles realmente en sus vidas. De manera individual sus trabajos, aunque correctos, no son especialmente brillantes, pero como pareja funcionan de un modo tan carnal y sincero que borran la idea de que lo que sale por sus bocas haya estado escrito antes. Del resto del reparto destaca la cada vez más conocida Anna Kendrick. Con un papel discreto sigue demostrando su talento y la simpatía con la que se ha dado a conocer.

 

Una de las mejores películas de policías desde la década de los ochenta. Entretiene brutalmente, electriza y muestra que no todo está inventado, o que de estarlo, el orden de los factores sí altera el producto.

 

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