2 otoños, 3 inviernos: O los que sean

Quien decida ser director de cine o escritor o pintor, cualquier profesión que tenga un carácter creativo, se ve enfrentado a un dilema cuanto menos interesante: ¿está todo inventado? Proezas técnicas, giros argumentales imposibles que acaban surtiendo efecto, maneras indómitas de narrar elementos convertidos en pilares. Claro que se puede innovar y dar con algo que nunca antes se haya hecho (al menos en la forma, no tanto en el contenido), pero esto requiere de un esfuerzo sopesado y alargado en el tiempo, cosa que no siempre se deja ver en el resultado.

 

2 otoños, 3 inviernos supone el cuarto largometraje en la carrera de Sébastien Betbeder, curtido con sobrada experiencia en el mundo del corto. La historia de una pareja que se conoce, se enamora, se pelea y se reconcilia ha sido llevada a las pantallas, teatros, páginas y lienzos tantas veces que, si se quiere ser original, es necesario hacerla bailar como a una peonza. Betbeder lo intenta loablemente con su discurso partido en infinitos actos, continuos primeros planos a cámara y un marcado estilo anglosajón con sabor nostálgico que guía el camino de los nacidos en los ’70-’80.

 

Fotograma de 2 Otoños, 3 Inviernos

 

Estos trucos del francés para hacer de su película una rara avis le desbocan sin remedio al lugar más trillado del cine independiente (como género en sí mismo). Tanto si se sabe premeditadamente como si no, ya el título de la propia película lleva a sospechar que el largo tiene un referente claro dirigido por cierto director arácnido e interpretado por una de las parejas más monas que ha parido el cine norteamericano en los últimos lustros. Más a la francesa, menos colorida y más triste que la susodicha referencia, pero los parecidos son inconfundibles y la que tiene todo que perder ante semejante comparación es la europea.

 

En conjunto, el resultado pudiera parecer refrescante y, sin duda, aporta 90 minutos de divertimento. Ese no parece ser su objetivo, sin embargo. Quiere hacer pensar al espectador, reflexionar sobre envejecer, enamorarse, enfermar, recuperarse; sin ningún pensamiento propio, que no se haya sacado de la cultura popular norteamericana. La empatía es mayor con el público objetivo de la cinta, pero desgasta el éxito de la pretenciosidad del autor.

 

Uno por uno, esos aspavientos narrativos chirrían. La fragmentación en actos, partidos estos a su vez en diferentes minicapítulos, sólo desconcierta sin aportar una base sobre la que narración pueda encontrar acomodo. Tal es el punto de perdición al que lleva la desfigurada línea temporal que el hecho de transcurran 2 otoños y 3 inviernos es una mera anécdota apreciada únicamente porque los protagonistas se encargan de remarcarlo.

 

Una comedia con tintes dramáticos dirigida a un público entrado en la treintena que no le exija demasiado al cine pensado para ser descrito como indie.

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