Reírse es bueno. Si es de nuestros propios defectos mejor, porque en taquilla funciona, tanto en España como fuera. Si aquí Ocho apellidos vascos llevaron a hordas de espectadores a las salas, esta comedia ha hecho lo propio en Francia. En el país vecino la inmigración y el racismo han estado a la orden del día los últimos años.
Claude Verneuil es un hombre muy francés, acérrimo seguidor de Charles De Gaulle, católico y procedente de la Francia provinciana. Con su esposa Marie ha tenido cuatro bellas hijas que ha criado entre algodones y ha mandado a estudiar a Paris. Y en la capital de un país tan globalizado, las chicas además de iniciar sus carreras han conocido a sus esposos. Pero tales nupcias no salen como los padres esperaban. La mayor se ha casado con un musulmán; la segunda con un judío y la tercera ha contraído matrimonio con un chino. Y así bien lo resume la introducción con las uniones civiles, en la que la perplejidad de los Verneuil se va acrecentando. Su esperanza es que la benjamina se case por la Iglesia. Y así lo desean ella y su novio, también cristiano… y negro. Y con un padre que es menos tolerante que el protagonista y con nacionalidad de Costa de Marfil. O Claude asume la situación, o bien estas cuatro bodas pueden provocar su funeral.
El desarrollo de la trama consistirá en ver a Claude adaptándose a los cambios y a la integración de pueblos. Este hombre representa la Francia tradicional, reacia a los cambios, una visión destinada a morir a no ser que asuma la nueva sociedad, enriquecida por otras culturas.
La comedia de Phillippe de Chauveron es muy sencilla y muy francesa: viene ataviada con muchos chistes propios -de hecho alude al cómico Louis de Funès-, pero con una finalidad clara muy universal. Y también es atemporal: en las mismas rencillas con yernos se han encontrado en diferentes décadas actores tan dispares como Spencer Tracy, Paco Martínez Soria, Robert de Niro o Steve Carell.
El guion no ofrece nada novedoso. Se abastece de clichés simplones y reiterativos, como la confabulación de espionaje de los tres cuñados contra el de color, o los percances con las tradiciones de cada marido (ahí queda el accidente con el prepucio del nieto). Sin duda, mofas y encontronazos va a haber haciendo uso de los clichés de cada nacionalidad: no habrá un Sevilla tiene un color especial, pero la Marsellesa será interpretada a tres voces extranjeras al unísono.
El intransigente patriarca es interpretado por Christian Clavier, un clásico del cine galo, que es el alma máter de esta cinta. Sus gestos saben expresar la lucha entre el subconsciente de Claude y sus formas ante los demás. Chantal Lauby es la resignada madre. Las hijas tienen cada una su personalidad pero quedan encubiertas por los comportamientos e interacciones de sus esposos entre ellos.
La película es predecible pero ágil y sus gags hilarantes e inofensivos. Cierto es que el desenlace cuenta con escenas demasiado cursis, aunque cumple la misma función que desempeñaban Rovira y Lago en esa historia de amor entre Norte y Sur: entretener sin ser nada rebuscado. Dios mío Pero ¿Qué te… es carne de remake y muy típica para las fechas, porque la incomodidad de la familia política siempre es latente en la mesa de Navidad. No es obra maestra, pero cumple a rajatabla la fórmula del éxito: atractiva para todos los públicos, enredos bien llevados y haciendo con la comedia la crítica más efectiva y asequible para todos.
Deja un comentario: