La duración de ciertos largometrajes de la actualidad asusta. No es raro ver en la cartelera películas que sobrepasan los 130 minutos de duración. En muchos casos, consiguen mantener la atención del espectador rozando las tres horas. ¿Cómo puede ser entonces que un film al uso como Ouija, de 89 minutos, aburra hasta el punto de no aguantar la atención más del primer tercio de metraje?
Varios son los motivos. Primero: una completa falta de originalidad en cuanto a lo que ofrece la premisa. Esto, por desgracia, no es nuevo. El terror vive momentos gloriosos, pero no precisamente gracias al ingenio en buscar nuevas tramas, sino más bien a que unos cuantos jóvenes talentosos han dado la vuelta a los viejos estereotipos y consiguen hacer un cine cuidado, inteligente y aterrador. Este no es el caso de Ouija. Parte de una historia contada mil veces, de manera bastante más entretenida y con mayor acierto. El título lleva todo el contenido necesario para entender lo que se quiere contar, describir una sinopsis sería redundar.
Segundo: un largo protagonizado por lozanos estúpidos tuvo su auge en los años ’90, como Sé lo que hicisteis el último verano (Jim Gillespie, 1997) o Leyenda urbana (Jamie Blanks, 1998). Si ahora se da el caso, y el conjunto funciona, es debido, una vez más, al retorcido proceso por el que pasan los guionistas a sus personajes para jugar con el cliché. Ahí está The cabin in the Woods (Drew Goddard, 2012). De nuevo, Ouija presenta a cinco adolescentes con una alarmante falta de cerebro y ningún sentido del riesgo, la única empatía que puede sentir el espectador es con los pobres padres de semejantes tarados.
Y tercero: un nulo sentido del ritmo narrativo por parte del maestro de orquesta. La primera media hora de función presenta de forma desastrosa a los personajes, pretende establecer una relación especial entre las dos protagonistas con un flashback de vergüenza ajena y no cuenta nada hasta que llega a la mitad de la película. A partir de ese momento, todo corre como si le llevara el diablo; personajes aparecen de la nada para dar una explicación semilógica al lío en que se mete el guión, cayendo en terrenos más antiguos que la Biblia; hasta tres aparentes finales se dan cita para cerrar de manera desastrosa y totalmente previsible.
Dejando a un lado el reparto, que no merece mención alguna, esta nueva producción de Michael Bay en el mundo del terror es un producto tan rematadamente malo que habría ganado puntos de haber sido consciente de sí mismo y venderse como una comedia. Pretender aterrar a la audiencia a base de puertas que se cierran y fuegos que se encienden solos imitando las buenas maneras de Destino Final (James Wong, 2000) no debería engañar a nadie a estas alturas de la sociedad; sin embargo, número 1 de taquilla en Estados Unidos. Visto lo visto, quien sabe, quizá una película del juego Atmosfear batiera récords.
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