En un año en que las comedias románticas parecen haber quedado relegadas a un segundo plano y cuyos mayores exponentes (títulos como Amor y Letras o El lado bueno de las cosas) están circunscritos a la vertiente indie de la industria hollywoodiense o, como en el caso de Memorias de un zombie adolescente, se enmascaran en otros géneros, resultan muy reconfortantes propuestas como Llévame a la Luna. Cintas sin mayores pretensiones más que pasar un rato ameno y agradable, con carismáticos protagonistas y estrenadas en el momento perfecto: al calor de los amoríos de verano.
La película de Pascal Chaumeil, sigue ese patrón del género de juntar dos polos en apariencia opuestos (como ya hiciera en su anterior film Los Seductores [2010]) hasta que surge el amor entre ellos, pero bajo la máscara de fábula tan predominante en las historias románticas del país galo. Films como la reciente Populaire (Régis Roinsard, 2012), la mitificada Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001) o la más dramática Quiéreme si te atreves (Yann Samuell, 2003) guardan, a este respecto, algunos aspectos más o menos en común; además de que los protagonistas comparten un notorio idealismo sobre la idea del amor. En Llévame a la Luna el sentido de cuento es evidente desde el primer momento, ya que la historia de los amantes es relatada por unos familiares a una tercera persona con la intención de animarla. La consciencia de fábula es tal que esta tercera llega a cuestionarse si la narración es verídica o no. Escenas como la ceremonia tribal celebrada en un poblado keniano o el plan de reconciliación que organiza uno de los amantes al final del film, así como la premisa de este (Isabelle [Diane Kruger] debe lidiar con una «maldición» familiar que hace fracasar los primeros matrimonios sin excepción), ahondan en esta idea de relato que muestra una realidad «aderezada».
Chaumeil vuelve a contar con parte del equipo de guionistas que idearon Los Seductores para presentarnos una inusual y desconcertante pareja que contra todo pronóstico desprende una química asombrosa. Especialmente inspirada está una Diane Kruger a la que después de mucho tiempo vemos desmelenarse y disfrutar como una niña. Parte del mérito está en el humor gamberro –que no el soez– popularizado por los Farrelly (aquí es inevitable pensar en Algo pasa con Mary [1998] donde otro pobre diablo [Ben Stiller] enamora a una chica inalcanzable [Cameron Diaz]) que se desprende en determinadas escenas con un sacrificado e ingenuo Dany Boon y una pícara y embaucadora Kruger.
Así, el mayor reclamo de esta comedia romántica está en una pareja protagonista que se complementa a la perfección y hace las delicias del público. Porque la historia no deja de seguir los esquemas preestablecidos del género. Llévame a la Luna ni pretende sorprender con una trama rompedora ni desde luego lo hace. Explota una fórmula que funciona y la envuelve de un tono y unos personajes lo suficientemente atractivos como para salir con una amplia sonrisa del visionado y con ganas de disfrutar de un poco de amor, que nunca está de más.
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