Fly Me to the Moon nos invita a mirar de nuevo a las estrellas y volver a soñar, pero ¿a qué precio? La cuestión no es baladí para una película que defiende la creación de relatos para la construcción de la realidad o, mejor dicho, de la imagen de la realidad.
La cinta protagonizada por Scarlett Johansson y Channing Tatum se ambienta en un momento convulso en la política norteamericana (guerra de Vietnam y llegada a la presidencia de Richard Nixon) y delicado para las aspiraciones espaciales del país (arranca en 1967, año de la tragedia del Apolo 1; mientras que dos años antes el soviético Alekséi Leónov se había convertido en la primera persona en dar un paseo espacial). Así, en el margen de dos años que abarca la historia, la misión era doble: Ser el primer país en llegar a la Luna y proyectar éxito y esperanza a toda la nación.
¿Cómo? Construyendo un relato que desviara el foco mediático hacia las ambiciones de la NASA (ocultando la crispación por Vietnam en favor de la unión y orgullo por la Luna) y “dando alas” a las teorías conspiranoicas planteando el falseamiento del alunizaje como un plan B que pudo estar sobre la mesa. Es decir, preponderar el relato sobre los hechos.
Es interesante -y un tanto contradictorio- por dos motivos. El primero por el evidente contexto actual (toda película es hija de su tiempo) en el que “relato mata dato”. Los hechos carecen de presunción de veracidad y en pos de una mal entendida libertad de expresión se equiparan opiniones y cuentos con hechos y datos contrastados. La fuerza del relato arrasa la percepción de la realidad y la manipula sin remedio. Pero mientras que en la realidad el relato tiene un poder destructivo y de confrontación, capaz de negar el irremediable cambio climático o un genocidio retransmitido en vivo; en la película, el relato tiene un carácter mucho más optimista apelando a nuestra capacidad de soñar y de aspirar a lo imposible para construir un mundo mejor.
Al final de la película los personajes de Tatum y Johansson sostienen algo así como que una verdad es una verdad aunque nadie se la crea, y que una mentira lo siguen siendo aunque todo el mundo la crea. Pero si vivimos en una sociedad que da peso a la mentira y no la contrasta y la propia película, hasta llegar a esa conclusión, ha defendido el poder de la mentira para crear una realidad, ¿qué peso tiene la verdad cuando ni siquiera sabemos cuál es?
Un relato de amor y homenaje
Fly Me to the Moon tiene también otras caras. El filme dirigido por Greg Berlanti es, ante todo, un homenaje a todos aquellos que nos hicieron mirar a las estrellas y soñar con lo imposible. Porque aunque haya mucho relato (ni la financiación del proyecto Apolo estuvo en riesgo ni el Centro Espacial Kennedy se caía a pedazos, por ejemplo), la realidad es que fuimos capaces de lo imposible, pero al hacernos mayores lo olvidamos. Este es un recordatorio de esa verdad, pero también un relato que nos evade de la desesperanzada realidad actual.
Y a través de la complicidad entre Johansson y Tatum, Fly Me to the Moon es un romance en clave de comedia con sus dosis de enredos e inevitables dramas. Son dos personajes golpeados por sus experiencias que encuentran en el otro esa fuerza para ser felices y mejores.
Aunque al final, quizás sea el escurridizo Moe Berkus (un divertidísimo Woody Harrelson) quien lleve razón con su actitud cínica y casi despreocupada ante lo que sabe una realidad voluble.
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