A escondidas: La tenue atracción

Este es un relato ligero que se asoma entre dos mundos toscos y ásperos. Se desarrolla en plena adolescencia, una época no demasiado fácil como se pinta o se recuerda. En esos años, la pertenencia a la manada es importante, y torcerse en el camino que ésta impone es una temeraria osadía. Por eso, para seguir siendo un integrante, los deseos más puros se hacen a escondidas.

Mikel Rueda reinterpreta el manifiesto más popular sobre el amor. Romeo y Julieta son ahora unos apocados adolescentes, ambos varones, el español Rafa (Germán Alcarazu) y el marroquí Ibrahim (Adil Koukouh). Dos personalidades que se cruzan, que no encajan del todo en las realidades que les ha tocado vivir. Su cinta sigue el esquema básico del amor imposible, al que además acorrala con el contexto de la inmigración de telón de fondo.

Imagen de A escondidas

Los dos actores son nuevos en las lides de actuación. Y se nota, pero no quedan sobreactuados sino bastante creíbles. Por ahí se asomarán secundarios como Elena Irureta, Ana Wagener o el desaparecido Álex Angulo, corroborando la situación compleja de la integración social.

Todo fluye con suavidad: el guion descubre a los chavales y a sus entornos y no se regodea en exponer los frentes morbosos que toca. Por eso, Rueda no se preocupa de hablar sobre la dura llegada de Ibrahim a España, o en mostrar imágenes explicitas en la relación (recurso más que recurrente). Lo que ofrece al espectador son emociones, le hace testigo de las injusticias sociales y de sus sentimientos difíciles de explicar: Rueda resquebraja tabúes ante la cámara, mientras que ofrece la sutil atracción de los personajes mostrando las circunstancias. Quizá incida demasiado en plasmar el chungo trasfondo.

La fotografía sigue el parámetro de la «ternura agridulce» con sus tonos fríos. Cada fotograma se debate entre el azul o el verde –colores de cada uno de los grupos enfrentados–. Una prenda de ropa, un edificio o una luz siempre tras una de las dos gamas, lo que hace recordar de lejos, a otro amor polémico del pasado año, La vida de Adèle. Pero ellas estaban en Lille, y la presente historia es en Euskadi. Y mientras Kechiche era partidario de sobrecargar el metraje, tanto en largura como en mensaje explícito, el director bilbaíno se cohíbe más.

El ejercicio, bueno en imagen y en guion, tiene su «pero» en el montaje final. La edición peca de ambicioso y su resultado confunde; y es que la juventud confunde, las sensaciones son nuevas y adaptarse a los sentimientos que uno descubre no es fácil. Como bien dice alguien en la película, «Las cosas hay que hacerlas con delicadeza«. Así lo hace Rueda, y así lo efectúa en su par de protagonistas. A escondidas segrega dulzura dentro de un mundo frío, opresivo y lleno de prejuicios.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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