Tom Selznick se enfrenta al reto profesional y personal de su vida. Tras un tiempo alejado de los escenarios, el joven y virtuoso músico vuelve a sentarse frente al piano y la atenta mirada del público. El pianista sufre pánico escénico después de fallar, cinco años atrás, en la interpretación de la pieza musical La Cinquette, compuesta por su antiguo maestro. Y será la dulzura de su esposa, una famosa actriz, la que le empujará a intentar superar el trauma organizando un nuevo concierto y sacándolo de su inactividad. Pero la aventura comienza de verdad cuando en los primeros acordes Selznick se encuentra con una indicación en la partitura: «Si fallas una nota, morirás«. Grand Piano sigue, en esencia, el mismo esquema visto en Última llamada (Joel Schumacher, 2002). Cambia el espacio –sustituimos la cabina por un piano–, pero mantiene la misma situación de presión, chantaje y riesgo de esta relación de sometimiento.
Ante el público
Elijah Wood se encarga de meterse en la piel del meticuloso pianista. Desde el principio del film refleja a la perfección el miedo escénico del personaje, asumido ya como parte de su personalidad, dotándole de inseguridad y una necesidad de escapar de todo lo desconocido. La interpretación es muy buena; pero la cara de Wood nos sitúa en el personaje «pardillo» que domina la situación y que a la vez es guiado por otros, ya bastante vista en muchos de sus papeles. Lo que no puede negarse es la preparación del actor a la hora de tocar el instrumento, entrenado para ser capaz, como el protagonista, de tocar hasta lo imposible.
Una estética fría y calculadora
El director, Eugenio Mira vuelve a trabajar con su director de fotografía Unax Mendía con quien contó en sus primeras películas, The Birthday (2004) y Agnosia (2010), para crear un ambiente tétrico y frío con los cambios de iluminación. La estética de la película consigue transportarnos al Cisne negro de Aronofsky en algunas secuencias, recreando la misteriosa soledad de los recovecos del backstage. También es evidente la influencia de Hitchcock, no sólo por las declaraciones del autor sobre el papel que El hombre que sabía demasiado asume en este largometraje, sino a la hora de trazar los personajes. El protagonista parece James Stewart intentando superar su vértigo, y la elegancia de Grace Kelly en La ventana indiscreta se asemeja a la que adopta Kerry Bishé en el papel de mujer perfecta.
En cuanto al montaje, bastante rítmico, muestra con éxito la conexión entre el público y el pianista, a la vez que construye un espacio agobiante de planos cerrados y aberrantes, que sin llegar a alcanzarla recuerda en algunas situaciones a Buried (2010). El sonido, aparte de jugar un papel musical muy importante, se luce como motor sorpresivo en varios sustos repentinos que podrían compararse al estilo que su amigo, y también productor de ésta, Rodrigo Cortés usara con bastante potencia en Luces rojas (2012).
Una tecla más
Entre los temas que subyacen en el guión se encuentran el miedo a no llegar a la altura de lo esperado o decepcionar a los que demás, y el éxito. El famoso músico tiene miedo a fallar a la memoria del fallecido maestro que le ha convertido en el prodigio de su generación y a no mantenerse a la altura de su mujer, a la que conoció siendo ya célebre. Y como no, supone una crítica a esa parte del mundo de la música, tan elitista, excéntrica y competitiva. Un claro ejemplo de ello lo personaliza el director de orquesta interpretado por Don McManus y un John Cusack obsesionado con la pureza y las reliquias musicales.
Llama la atención el estilo, a veces cómico, que asume este thriller con toques de comedia negra y sorpresas macabras. El ritmo, como la pieza musical, se acelera al llegar al fin. La intriga y las sorpresas están aseguradas en esta película.
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