«Me ha surgido un trabajito tan bueno como peligroso«
Tras recorrer las librerías de Europa y buena parte del mundo, Jazz Maynard vuelve a Diábolo en una nueva edición de lujo de enorme tamaño que recoge sus tres primeras entregas en este volumen que se publicó el pasado mes de noviembre de 2020. Un buen regalo para los coleccionistas, sí, pero también para quienes no conocieron al personaje en su primer momento y quieren acercarse ahora a un personaje que quizás estamos más acostumbrados a encontrar en publicaciones de más allá de nuestras fronteras, pero en unos escenarios que nos pillan bastante más a la vuelta de la esquina (baste cambiar El Raval por cualquier barrio o zona similar en cualquiera de las grandes ciudades que pueblan la geografía peninsular).
Hago esta puntualización porque necesito compartir una experiencia que no sé si es mía propia o si le ocurre también a nuestros lectores. Cuando comencé a leer este tomo y empezaron a desfilar ante mis ojos tiroteos, mafiosos, patadas de artes marciales y personajes con frases lapidarias la imaginación me sufrió un esguince al pensar inmediatamente en un filme o una novela norteamericanos, pero encontrarme en su lugar los humildes pisos de este barrio barcelonés. Me ha pasado lo mismo anteriormente con otras ficciones localizadas en suelo patrio y lo primero que uno puede pensar es que aquí no tenemos la noble tradición de arreglarlo todo a disparos que sí tienen nuestros amables amigos al otro lado del charco, pero creo que no es más que un leve sentimiento de inferioridad que uno no debería tener. Estamos tan acostumbrados a leerlo en todas partes que nos pensamos que esta clase de personajes e historias no pueden existir en los escenarios que estamos acostumbrados a transitar.
«Otra vez el número de los calzoncillos«
Dicho esto, en este primer tomo de las aventuras creadas por Raule y Roger nos encontramos con un personaje que habita en una zona gris que va entre los clásicos perdedores de la cinematografía de Guy Ritchie, Daniel Ocean y el asesino que interpretó Keanu Reeves y que da nombre a esta reseña. Nos enteramos de que Jazz Maynard es un ladrón de guante blanco cuando ya ha pasado un buen tramo del primer número y hasta entonces simplemente le vemos repartiendo estopa y balas ya sea en la Cocina del Infierno de Nueva York o en los tejados de las viviendas de un Raval que flota más allá del tiempo y la realidad. Hasta físicamente se da un aire el protagonista de esta obra con el de John Wick. Y mientras dura todo este largo preludio y le vemos matando sicarios aquí y allá es cuando menos disfruto yo con la lectura de sus aventuras. Y todo porque nunca parece equivocarse, ni sufrir, ni pasarlo mal. No es hasta que le veo tropezar que siento como si hubiera tocado el suelo con los pies (y aún en algunos de estos momentos su fracaso es más aparente que real, como en aquellos personajes de la viñeta pulp que parecían llevar siempre la razón).
Estos detalles hacen que, para mí, la lectura no haya sido tan placentera como para elevar a este cómic a los altares del mundo de la novela gráfica. Esto y lo incómodo que es leer un álbum de las enormes dimensiones que nos ofrece la editorial madrileña. Treinta y cuatro por veintisiete centímetros son más de lo que mis muñecas están dispuestas a soportar sin necesitar un atril por más que las ilustraciones luzcan maravillosas a tal magnitud.
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