Solos, una ambiciosa apuesta por el cómic juvenil que llega a nuestras estanterías.
Fabien Vehlmann ha ideado una aventura deudora de los mejores referentes del género como Julio Verne, o los juveniles relatos de Los Cinco o Los siete secretos (ambas series de la inglesa Enid Blyton), pero con un fondo metafórico y educativo que la asemeja con libros como El señor de las moscas (William Golding, 1954) o La guerra de los duraznos (Roberto Ampuero, 1986). Así mismo, su premisa evoca a otra ficción juvenil –en este caso televisiva– como es La Tribu (Harry Duffin y Raymond Thompson, 1999-2003), o la cinematográfica Fin (Jorge Torregrossa, 2012) –aquí, valga la excepción, sin infantes entre los protagonistas–. La historia nos sitúa en Fortville, una pequeña localidad francesa en la que viven los cinco personajes principales: Dodji, Leila, Terru, Celia e Iván, quienes se despiertan una mañana descubriendo que están completamente solos. Todo el mundo ha desaparecido, niños y adultos; lo que les lleva a unirse para intentar encontrar a sus respectivas familias e intentar resolver el misterio que les envuelve.
El libro, desde su tono aventurero y de intriga desarrolla una trama en la que se entrmezclan con excelente puslo el humor, el terror y el thriller. Con un objetivo bien definido: descubrir qué ha sido de sus familias y porqué han desaparecido, los protagonistas y su historia actúan como vehículo para acercar a su público temas como la amistad y el trabajo en equipo, o los peligros del autoritarismo y la soberbia, así como ofrecer una diversidad étnica entre sus protagonistas, vital para erradicar la lacra del racismo desde la niñez. El ejercicio que supone poner a unos niños en la tesitura de enfrentarse a un mundo sin adultos y tener que tomar esa posición para poder sobrevivir y aprender a valorar las cosas hace de esta una lectura muy recomendable. Imprescindible cuando además lo hace ofreciendo unas altísimas dosis de emoción que atrapan al lector desde el principio y construye a unos personajes plenamente identificables en sus respectivos roles y con los que resulta muy sencillo empatizar.
Una buena historia a la que le acompaña un dibujo vivaz, tremendamente expresivo y lleno de movimiento. Bruno Gazzotti compone unas páginas muy atractivas, cargadas de viñetas para que el lector no pierda detalle, acompañado de un color que potencia aún más el excepcional trabajo de los lápices.
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