«Acuéstate con él, acuéstate con él«
A veces viene bien mirar hacia atrás para ver todo lo que se ha avanzado en tan sólo unas cuantas décadas. No de manera complaciente (eso nunca), pero sí para coger fuerzas en una época como esta, en la que un paradigma de sociedad, trabajo, cultura, relaciones… está muriendo para dar paso a algo completamente nuevo. Queda aún mucho por hacer, muchas barreras por derribar y muchas mentalidades y viejas ideas que cambiar, pero precisamente por eso conviene de vez en cuando pararse a pensar en cómo eran las cosas antes quitándose la venda de los prejuicios, simplemente sabiendo lo que era y ya no es, aceptando que una serie de cosas funcionaron de una determinada manera durante un largo período de tiempo y que ahora y en adelante ya no funcionarán así nunca jamás.
No conozco mejor que muchos de vosotros la sociedad japonesa. No mucho más allá de lo que he leído y he visto aquí y allá. Jamás he vivido allí ni he contado con la ayuda de algún amigo japonés para comprender mejor a la sociedad de un país a más de diez mil kilómetros de aquí. Sin embargo, dudo mucho que la sociedad nipona de hoy en día sea exactamente igual a la de los años 70 del mismo modo que la española de hoy en día no se parece en nada a la que vivió la Transición en primera persona. Es por ello que El Club del Divorcio (publicado en dos generosos tomos por ECC) no puede servir para conocer a la sociedad del país del sol naciente de hoy, pero sí que nos ofrece una perspectiva muy interesante del Japón de hace cuatro décadas y pico.
«Jamás me he sentido tan humillada como aquella vez«
Kazuo Kamimura nos presenta dicha sociedad a través de los ojos de una mujer fuerte e independiente que ha de sobrevivir como puede regentando un modesto club en el distrito tokiota de Ginza. Yûko, nuestra protagonista, arrastra el estigma de ser una mujer no ya soltera (que ya era duro en esa época), sino además divorciada. En Japón, siempre más dado a los pequeños gestos que a las expresiones de violencia, esta cruz se traduce en miradas despreciativas, comentarios mal disimulados y en una supuesta mácula en el honor familiar que este personaje deberá soportar estoicamente como parte del contrato social de la época. Kamimura salpica este melancólico relato aquí y allá con datos estadísticos reales de la época (él mismo se retrata como uno de los habituales del club) para hacernos ver una de las caras más oscuras de la sociedad que tan bien se nos ha vendido en occidente a través del manga y del anime.
Por otra parte, leer este manga me hace pensar en nuestro propio país. El cambio que ha experimentado nuestra sociedad desde los setenta ha sido vertiginoso. Hemos pasado de placas en las puertas en las que ponía el nombre y apellidos del dueño del hogar y el nombre de la esposa seguido de la preposición ‘de’ (en plan Fulanito Pérez y Fulanita López de Pérez) a que una mujer pueda permanecer soltera (o separada, o lo que le dé la gana) sin que nadie se santigüe por ello. Conozco la historia de una mujer que, en pleno franquismo, se separó de un marido que bebía más de lo que respiraba y se marchó a Francia para tratar de sacar adelante a cuatro hijos sacrificando para ello todo lo que hiciera falta. ¿Su familia? La dio la espalda por haberse separado. Yo mismo soy hijo de padres separados. Ningún drama en ello, pero sí que he conocido a más de uno y más de dos que les costó imaginarse aquello de que mi madre se quedara soltera (¿qué iba a hacer ella a partir de entonces tan sola y con tres hijos?). Nadie dudó sobre qué pasaría con mi padre.
«Seréis zorras…«
Muchas de esas cosas se han quedado en el pasado, pero no conviene olvidar que cuesta más cambiar una costumbre que horadar una montaña. Es por ello que al feminismo aún le quedan tantas metas por alcanzar. Es por ello también que, como se está constatando, muchos de los adolescentes de hoy en día tienen actitudes aún más patriarcales y machistas que las de nuestra generación. Porque el trabajo y el esfuerzo para cambiar la sociedad han de ser constantes y deben ser llevados a cabo no por unas pocas, sino por el grueso de quienes conformamos dicha sociedad. Al menor descuido las viejas y apolilladas costumbres vuelven a aparecer. Yûko es una mujer que aún no ha alcanzado la treintena y ya se ha visto obligada a buscarse la vida para sobrevivir y cuidar de una hija que no quiere ni verla. A las mujeres de hoy en día a partir de esa edad le comienzan a llover sugerencias tales como ‘cásate‘, ‘ten un hijo ahora, antes de que se te pase el arroz‘… Hemos progresado, pero el pasado sigue ahí, agazapado.
El manga de Kamimura es una melancólica, triste y preciosa mirada hacia el pasado que nos debería hacer reflexionar: el famoso ‘techo de cristal’, los todavía alarmantes números de casos de violencia de género, los escándalos que han salpicado recientemente a Hollywood… En el mundo en el que vivimos merece la pena echar la vista atrás para fijarse en mujeres como Yûko y tirar para adelante derribando lo que haya que derribar sin que nadie decida cuándo una ha de ser feliz, ni con quién, ni cómo… El mundo que nos espera más allá del salto al vacío que representa esta generación aterra por su salvaje libertad, pero nos consagrará como especie madura, capaz de mirarse en el espejo de su pasado, reconocerse y, a la vez, saber que lo bueno aún está por llegar.
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