ECC Ediciones se ha aficionado a hacernos pasar miedo con un catálogo manga que hace tiempo que empezó a mirar más allá del incombustible Junji Ito para acercarnos propuestas de los autores más variados, fijándose tanto en nuevos valores, como en figuras clásicas de la industria nipona. Tal es el caso de Minetarō Mochizuki, el autor de esta La mujer del apartamento, conocido sobre todo por Dragon Head (cuya última edición en España corrió a cargo de Planeta Cómic).
«¿Qué estáis haciendo a estas horas?«
Con una firma como esta, La mujer del apartamento ya llama la atención sin siquiera abrir el tomo. Un interés que se acrecienta cuando descubrimos la premisa, según la cuál, el joven Hiroshi Mori se despierta en mitad de la noche por los insistentes timbrazos del apartamento de al lado. Tras mirar sigilosamente, ve a una extraña mujer con pelo largo sujetando una maleta y una bolsa de papel. A partir de aquel día, esa mujer llamada Sachiko lo perseguirá obsesivamente. Premisa sugestiva y desarrollo muy angustioso. Más que terror per se, Mochizuki juega con la tensión y la angustia, busca generar malestar en el lector ante una situación que escapa a la comprensión tanto de este como del protagonista.
Porque La mujer del apartamento basa su «encanto» en la poca información que arroja respecto a la amenaza. El mangaka explora la naturaleza de las leyendas urbanas (uno de los grandes tropos de la tradición del terror japonés). Protagonistas y testigos hacen sus suposiciones y elaboran posibles hipótesis, pero sin ninguna prueba real o tangible. Parte del miedo que provoca la extraña mujer (al margen de su apariencia y comportamiento siniestros) radica en el misterio que la envuelve. ¿Es una persona real? ¿Un fantasma? ¿Un ser de carácter demoniaco?
Y Mochizuki no da cuartel a los lectores. No esperéis una resolución convencional del argumento. La pesadilla protagonizada por Hiroshi transita de la concreción de su caso particular a la generalidad de las leyendas e historias orales. Esto hace mucho más perturbadora la obra. No solo no ofrece una solución complaciente, sino que perpetúa la desazón y angustia convirtiendo el trauma del protagonista en un cuento de terror que los estudiantes se cuentan en los pasillos del instituto.
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