La segunda entrega de Keith Giffen y Dan Jurgens al frente de la cabecera de Superman tiene bastante más que ofrecer de lo que aparenta a simple vista. Nos enfrentamos a otro relato autoconclusivo, otra batalla en la que el kriptoniano tiene que salvar a la ciudad y, al mismo tiempo, se van poniendo los cimientos del que presumiblemente será el próximo gran arco argumental de la serie. El rescate de un submarino ruso con cámaras recubiertas de plomo hace pensar a nuestro héroe (y a nosotros) que sus intenciones no son del todo lícitas. Pero como lo que manda es el día a día en Metrópolis, Kal-El tiene que aparcar sus sospechas para luchar contra Angustia, una mujer que está causando estragos entre las fuerzas del orden locales.
Ya iba siendo hora de que Superman se enfrentara a una villana que aunque tenga unas motivaciones más terrenales y emocionales que sus compañeros de profesión, pone en verdaderos apuros al superhéroe, atacándolo con lo que más daño puede hacerle (y no hablamos de la kriptonita) y obligándole a utilizar todo su ingenio para intentar salir victorioso de la contienda.
Y si Angustia no le supusiera suficientes quebraderos de cabeza al hombre de acero, el interés que despierta su identidad secreta provoca una situación de gran tensión poniendo a varias vidas inocentes en peligro. Esta segunda trama de la historia principal le sirve a los autores para criticar la falta de diligencia de la mala prensa, esa que toma los rumores por verdades y es incapaz de corroborar sus datos y sus fuentes. Una mala prensa para la que Internet es un excelente foco de propagación.
Un número que sigue en la línea del anterior, entretenido y con buenas dosis de acción, pero que ya empieza a prepara el terreno de próximas aventuras.
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