«De alguna manera es una película de género, coge la forma de película de terror, pero en su fondo es un drama». Así define Alejo Levis su nueva propuesta como director, No quiero perderte nunca, con la que vuelve a estar presente en el Festival de Málaga. Ya estrenó con éxito Todo parecía perfecto hace tres años, y coincidiendo con el vigésimo aniversario de la cita andaluza, vuelve con una historia de tintes oscuros y oníricos que bebe mucho de su propia experiencia. Una suerte de catarsis fílmica con la que Levis demuestra una vez más que es un cineasta difícil de etiquetar, una de esas voz personalísimas que le dan identidad a nuestra industria.
No quiero perderte nunca «nació con la pregunta que debe hacerse cuando se hace algo de terror: ¿Qué me da miedo a mí? ¿Qué es lo que más me aterra? Respondiendo a esa pregunta me vinieron dos imágenes muy claras. Una es la idea de perderte en tu propia casa, perderte en tu lugar más íntimo y personal. Es muy aterrador, algo que conoces mucho y que de golpe dejas de conocerlo. Esto ligaba mucho a otro de mis temores, la historia de mi madre, que tuvo alzheimer -como el personaje de la película- y también murió. Pasé por un proceso emocional parecido (al de la protagonista) y me daba pánico imaginar por lo que había pasado mi madre. Lo relacioné con la idea de perderte en tu lugar íntimo, y de ahí salió la idea».
A partir de esta imagen, Alejo confiesa que la escritura del guion «fue bastante fácil, salió de forma espontánea». Subraya que no buscó jugar con la narrativa, sino que la estructura que vemos en la película surgió de forma honesta, natural. Para entender su forma de trabajar, Levis explica que escribe y piensa mucho visualmente, «dibujo y todo lo planifico mucho, hago storyboards y lo dibujo. El hecho de escribir te lleva a lo literal, a las palabras, y a mí, cuando dibujo, me sale otra manera de explicar las cosas».
Todo ello se refleja luego en la película, que desde el prólogo revela sus intenciones, dejando claro al espectador que algo raro está sucediendo en esa casa. «Es partir de crear una pequeña angustia. Desde el inicio el personaje no está bien, no está viviendo una situación cómoda». Con la composición de planos, la música arrítmica, la foto sombría… todo para «introducir al espectador en ese tono, en esa atmósfera un poco bizarra, de malestar».
Uno de los aspectos más importantes de No quiero perderte nunca es la casa en la que transcurre la historia. «Parece muy grande, pero no son tantas habitaciones. Lo que pasa es que las íbamos cambiando. Hay mucho truco básico de montaje», comenta el director. Esto se traduce en que el espectador se siente desorientado, no sabe situar las cosas en la casa y esta se convierte en una especie de laberinto. Levis reflexiona acerca de este aspecto acudiendo de nuevo a su propia experiencia. «Dentro de esta idea muy primaria de miedo, yo he tenido esa sensación –que es muy angustiante– de salir de tu habitación y no reconocer donde estás, como cuando te despiertas en un hotel y no te acuerdas, hasta que luego te das cuenta de que no estás en casa. Quería reflejar un poco esa sensación con el juego este laberíntico de abrir una puerta y estar en otro sitio. Al principio ubicamos al espectador con planos muy estáticos, donde se ve una habitación a través de la puerta, se ve un poco la distribución de todo para luego poder romperlo y hacer que el público se pierda también con el personaje».
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