«Un hípster es un oso que vomita después de cada comida«
Ya está aquí, ha vuelto Sebas Martín y trae bajo el brazo más de sentido del humor mundano y real. No debí enrollarme con una moderna nos ofrece una aguda visión de la crisis de la mediana edad a través de los ojos de Peluche, un personaje que se siente desplazado en una sociedad que al avanzar lo ha dejado en la cuneta. El autor habitual de La Cúpula con obras como Yo lo Vi Primero o Los Chulos Pasan pero las Hermanas Quedan demuestra tener un ojo clínico a la hora de retratar a dos generaciones muy distintas: la de quienes pasaron gran parte de su vida soñando con la libertad y la de los que ya la dan por hecha.
Peluche, asfixiado por unos cincuenta años que aún no han llegado, pero que ya vislumbra en el horizonte, se lanza en las páginas de este cómic a tratar de ‘modernizarse’ compartiendo exposiciones, fluidos y muchas cosas ‘trendy‘ con un grupo (sobre todo con uno del grupo) de hipsters recalcitrantes. La experiencia no puede ser más aterradora para quien no comparte el estilo de vida de estos seres (¿me estaré haciendo viejo yo también?) y sólo el aprendizaje de que uno debe de aceptarse tal y como se es salvará a nuestro gruñón protagonista de una vida alejada de lo mainstream.
«No esperes luego fuegos artificiales«
Pero el mayor acierto de Martín quizás sea la inclusión del padre del protagonista. Enfrentado a las moderneces de su nueva pareja, Peluche se ve obligado a convivir con un hombre que jamás terminó de aceptar las preferencias sexuales de su hijo y que no comulga ni logra entender el estilo de vida de una persona cuya generación le queda ya muy lejos. El anciano, una especie de castigo kármico para el personaje, representa en el fondo gran parte de las cosas que el propio Peluche necesita (básicamente el tema de la autoaceptación y la confianza que lleva aparejada), pero nadie en la historia, salvo el lector avispado, parece darse cuenta de ello, demostrando una vez más que el ser humano es un tanto estúpido y que necesita llevarse las tortas uno mismo antes de aprender las lecciones que la vida nos depara.
Sebas Martín permanece fiel a su estilo de dibujo y a su generosidad a la hora de representar cuerpos esculturales y miembros como vigas en una historia a medio camino entre la comedia, el romance (¿y la autobiografía?) que La Cúpula pone a la venta por doce eurillos de nada y que conviene revisar si nos da un ataque de modernidaz y hipsterismo.
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