En el futuro no seremos más que cenizas. Igual no de una manera tan desoladora como la que presenta Manu Larcenet en esta adaptación de La Carretera que publica Norma Editorial, pero nuestra esperanza morirá con nosotros y solo quedará el cruel olvido.
«Tenemos que salir de la carretera»
El álbum de Larcenet hace un ejercicio similar al de John Hillcoat con su versión cinematográfica de 2009, buscando no solo la fidelidad argumental a la novela de Cormac McCarthy, sino la traslación emocional del propio relato: su desasosiego y brutalidad.
En este mundo inhóspito, víctima de un cataclismo del que no sabemos nada y del que solo podemos intuir que sucedió -como mucho- 15 o 20 años atrás, seguimos a un padre y su hijo en un viaje hacia el sur con la (vana) esperanza de encontrar refugio. Al menos esto es la idea que intenta transmitir el padre a su hijo, pero en el fondo sabe que no hay nada que hacer y que lo último que les puede mantener con vida un día más es no parar de moverse. En este mundo, la humanidad como concepto no es más que un vago recuerdo.
La clave del relato de Larcenet es precisamente su carga atmosférica. Sin apoyarse en los diálogos más de lo imprescindible y encarando la crudeza del escenario sin mirar para otro lado, el autor aboga por la fuerza de las imágenes a través de sus desolados planos generales o los violentos primeros planos de sus protagonistas. Porque la violencia no es solo la muerte o la pelea de turno, sino también la mirada impotente de un padre o la tez de un niño que no conoce la esperanza. Y el autor se toma su tiempo para mostrarnos todo esto, con una composición de páginas cargada de viñetas: entre siete y nueve viñetas dispuestas en tres o cuatro filas. Muchos cuadros que implican una narración más pausada, «obligando» al lector ver y leer cada viñeta, lo que repercute en dedicar más tiempo a cada página.
Una narración lenta, pero implacable, no se detiene en ningún momento. Como los protagonistas, siempre avanzando huyendo de una muerte segura hacia un horizonte incierto, pero no menos benévolo. El de La Carretera es un mundo de cenizas. Cenizas del pasado que ardió y del futuro inexistente. Pero también son algo tangible, respirable. El autor «ensucia» muchas de las ilustraciones para que veamos la ceniza y el polvo en suspensión que están condenados a respirar los protagonistas. ¿Qué puedes hacer cuando hasta el aire te va matando lentamente? El mundo de La Carretera es tan opresivo como el de la más diminuta de las celdas.
Si no lo remediamos, el mundo gris de La Carretera pronto dejará de ser muy distinto al nuestro.
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