Con la versión de Tarsem Singh todavía en la retina, el escepticismo hacia la Blancanieves de Rupert Sanders es comprensible. Un director novel, Kristen Stewart como protagonista, Thor, grandes batallas, y un montón de enanos que no son enanos. ¿De verdad este es el cuento de Blancanieves? No, es mucho más.
La historia creada por Evan Daugherty ofrece una completa transformación del relato popularizado por los hermanos Grimm. Mantiene los elementos más icónicos como la manzana, el beso o el espejo, pero convierte la narración originaria en una oscura epopeya cargada de acción en la que la antes cándida e inocente princesa retratada por Disney, ahora es una heroína capaz de comandar un ejército y luchar contra sus demonios. Blancanieves y la leyenda del cazador se aleja de la fantasía colorista (no renuncia por completo a ella) en favor de la épica y de un aura lóbrega que impregna gran parte del mundo creado por su director y guionistas.
Este oscurantismo marca el tono de la película, reflejando a su vez la situación de angustia en la que viven los personajes a causa de la malvada reina que los gobierna y contra la que muy pocos se atreven a rebelarse. Esta tirana se mueve por un solo deseo, una obsesión: la eterna juventud. Tener una belleza contra la que el tiempo nunca pueda hacer mella. Pero para alcanzar tal fin necesita el corazón de Blancanieves. En este punto son loables dos cosas. Por un lado el esfuerzo por respetar la iconografía clásica del cuento pero variando sus significados y funciones para anclarla en su nuevo contexto. Y por otro, la crítica más o menos descubierta a la dictadura de la belleza y las apariencias a la que estamos sometidos en la vida diaria. El único modo que encuentra (aprende) Ravenna (Charlize Theron) para sobrevivir y obtener lo que quiere es utilizando su atractivo. Entiende que su hermosura es la única vía que tiene para salvarse y triunfar sobre el resto.
Esta obsesión por la propia belleza (ni Narciso) encuentra su contraste en el maltrecho reino que tiene a su cargo. Como en el film, cuando nos ofuscamos y nos arrastramos por el deseo de perfección exterior, dejamos que todo lo demás se marchite. La lindeza es una cualidad frívola, caduca, efímera. Apostarlo todo a ella nos condena y lleva a la tragedia. Aunque la publicidad (¿algo de lo que nos rodea no es publicidad?) nos bombardee a todas horas con las virtudes de un rostro fino y un cuerpo 10 para ser mejores personas. Así se justifica, en parte, que la bruja sea infinitamente más atractiva (sin desmerecer) que la joven princesa, cuya beldad (la auténtica) se esconde en el interior.
Charlize Theron ha disfrutado interpretando a un personaje perverso y caprichoso. Esclava de sí misma, utiliza su privilegiada posición para atemorizar a su pueblo. Sus vestimentas, sus andares, su voz, la actriz sudafricana utiliza los recursos de los que dispone para transmitir la magnificencia y crueldad de Ravenna. Lástima que la sufrida Kristen Stewart no esté a la altura en este duelo. La californiana (a la que a pesar de todo tengo en alta estima) hace gala de su sosería y deja en evidencia que aún tiene mucho que aprender. Puro reclamo publicitario. Lo mismo que Thor, o Chris Hemsworth, lo que se prefiera; que vuele a construir un personaje insolente pero valiente y de buen corazón.
Más allá de las connotaciones críticas y reflexiones sobre la mencionada belleza, Blancanieves y la leyenda del cazador narra el eterno auge del héroe, tema habitual en las producciones de carácter fantástico como Legend, Cristal Oscuro, Willow… (clásicos todos ellos). El protagonista (la en nuestro caso) está predestinado a hacer grandes cosas a pesar de la falta de fe que tiene en sus posibilidades al principio. Resulta muy estimulante que Blancanieves haga propios estos códigos (tan marcadamente masculinos, de forma muy injusta) y se alce como lideresa de un alzamiento contra quien gobierna de espaldas al pueblo, entroncándose en este aspecto con personajes (siempre salvando las distancias) como William Wallace o Robin Hood (el de Russell Crowe) con su discursito libertador y defensor esos los principios revolucionarios franceses (liberté, égalité, fraternité) tan cinematográficos incluidos.
Recapitulando, la película de Rupert Sanders trasciende el cuento de los hermanos Grimm y lo convierte en una historia de caballeros y princesas (donde la princesa es la que salva la situación), oscura y con grandes dosis de acción.
Sin embargo, donde más destaca esta propuesta es en su apartado visual. Inmensos decorados y escenarios reales (sí, de verdad, nada de ordenador) acordes a los acontecimientos que se narran y un imaginativo uso de los efectos visuales que de no ser porque Tarsem ya hizo su versión, se podría pensar que esta Blancanieves tiene su sello. En los primeros compases parece que estamos ante un spot o una sesión fotográfica, la imagen es cálida pero se muestra irreal y onírica, coincidiendo con la feliz niñez de Blancanieves. Ya en su edad adulta la fotografía se vuelve más fría y tenebrosa, adquiriendo un tono mágico y vivo en los impasses que le da la amarga realidad en la que está sumida, repleta de peligros.
Aunque lo mejor para el final. Los enanos. ¿Quién podría imaginarse a un Bob Hoskins, un Toby Jones o un Eddie Marsan (por citar algunos) convertidos en enanos? Lo maravilloso es descubrirlos en pantalla y quedarse boquiabierto, pero ya lo dejo por escrito: una hipotética nominación al Oscar a mejores efectos visuales no sería de extrañar.
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