Hagan juego. Frase habitual en los casinos y en The Pelayos. Una frase que resume las intenciones de una película que busca, sin complejos, congraciarse con la taquilla. A través de un tono y un diseño muy cercano al de Soderberg y su saga Ocean’s, Eduard Cortés adapta la historia real de los García Pelayo, una familia que logró vencer a los casinos usando un método legal para ganar jugando a la ruleta. Un hecho este (adaptar una historia real) que la emparenta con 21: Blackjack (Robert Luketic, 2008) que contaba como un grupo de estudiantes le ganó varios millones a los casinos en el juego que da título al film.
Gonzalo García Pelayo (cineasta, locutor, apoderado de toreros…) tiene una biografía que daría pie a multitud de películas, pero Eduard Cortés ha querido quedarse con un episodio, quizás el más conocido por todos, pero no deja de ser eso, un episodio de su ajetreada vida. Al director barcelonés le interesaba esta metáfora de David contra Goliat, esta lucha contra la bestia que se cree invencible, y ahonda en ella. Lo hace con un tono ligero, donde lo que prima es la acción (más que los personajes) y usando un estilo muy visual, con un montaje con estética «videoclipera». Todo para construir una propuesta muy apetecible a la vista.
Para ello ha sabido rodearse también (con muy buen ojo) de un reparto talentoso y con gancho para el público en el que sobresalen Miguel Ángel Silvestre y Oriol Vila. Y sobresalen porque rompen con la imagen que tenemos de ellos conformando los personajes que regalan los momentos más divertidos de The Pelayos. La química de estos dos hermanos es incuestionable y tanto ellos por aceptar los papeles como Eduard por ofrecérselos han demostrado que quien arriesga gana.
Pero no todas las cartas de The Pelayos son ganadoras. La simplicidad de la premisa encorseta demasiado a Cortés y a Piti Español (su co-guionista) e intentan remediarlo a través de varias subtramas que solo distraen la atención del espectador. No están bien insertadas en la trama principal, sino que aparecen como cortes abruptos de ésta. En varios momentos la acción se desvía para presentar una situación centrada en alguno de los personajes secundarios, se centra exclusivamente en ella, desarrollándola y dándole una conclusión para luego volver a la acción principal como si nada hubiera pasado.
Se entiende como un intento por profundizar en los personajes y dotar de mayor dramatismo a la película, pero la realidad es que estas subtramas aportan bien poco. Historias como el romance entre Miguel Ángel Silvestre y Blanca Suárez (espléndida como siempre a pesar de lo limitado de su personaje) o las dudas que corroen a Vicente Romero podrían haberse quedado en la sala de montaje sin que nadie echara una lágrima.
Y es una pena, porque la historia central (cómo desbancar al casino usando un método legal en la ruleta) se desarrolla de forma muy interesante, con un espíritu mainstream que se echa en falta en el cine patrio, y este tipo de secuencias no hacen más que ralentizar el ritmo de la película.
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