Panini Cómics termina con la reedición de los dos primeros años de aventuras de la cabecera Spider-Man iniciada por Todd McFarlane.
Con este tomo, Vida en el pabellón de perros rabiosos, Panini Cómics termina con la reedición de los dos primeros años de aventuras de la cabecera Spider-Man iniciada por Todd McFarlane con aquel enfrentamiento entre Peter Parker y El Lagarto (aquí reseña). Historias autoconclusivas (que abarcaban varios números) con poca o ninguna relación con las colecciones principales, lo que siempre es de agradecer por los lectores casuales del personaje.
El volumen que nos ocupa tiene, sin embargo, la particularidad de incluir la primera historia de Ann Nocenti con el personaje, ¿Qué le pasa a mamá?, publicada en 1987 y que se preguntaba que le ocurría a Peter al ser internado en un sanatorio psiquiátrico. Es interesante su adhesión al volumen, porque el siguiente relato del tomo, ya dentro de la cabecera Spider-Man es continuación de esta misma historia. Como colofón, un duelo de vigilantes con El Castigador a cuenta de un villano que busca venganza.
La primera de las aventuras nos traslada a una clínica psiquiátrica controlada por Kingpin en la que accidentalmente acaba retenido Spiderman. Drogado hasta la médula, el héroe tiene que recuperar el control sobre sí mismo al tiempo que intentar liberar a una mujer encerrada allí contra su voluntad. La historia pica de aquí y allá combinando el drama familiar, con la presencia de la mafia, un mad doctor salido de un cuento de terror, la reivindicación de un mayor respeto hacia los enfermos mentales y, obviamente, la acción superheroica. Una historia en la que la locura (inducida, voluntaria o real) es parte importante.
El segundo capítulo recupera a los villanos y uno de los secundarios de la anterior para contar una historia más retorcida y desfasada. Ambas no pasan de una simple curiosidad para el disfrute de los seguidores del trepamuros. A diferencia de la anterior, esta potencia mucho más la acción y la espectacularidad de las viñetas, siguiendo el tono marcado por la colección iniciada por McFarlane. Incluso el trazo Chris Marrinan busca asemejarse al estilo de aquel. Aquí conviene que nos detengamos por un momento en un detalle, la imagen que se da de las féminas en la historia. Ann Nocenti muestra un interesantísimo diálogo entre Mary Jane y una niña –sobre una serie en la que trabaja MJ– en la que se hace una crítica al papel de la mujer de la ficción, cuyo comportamiento está supeditado casi siempre a los caprichos de los hombres de la serie. Rrtrocediendo a lo escrito por McFarlane en el primer volumen, la crítica puede hacerse extensible al propio personaje de MJ, maniquea y viviendo por y para Peter. Denota un sentido metalingüístico no exento de ironía y que se refleja en frases como «¡no tengo más control sobre mi vida que mi personaje de la serie!«
Una valerosa determinación que no se traslada al resto de la(s) historia(s). Los actos de Mary Jane no se corresponden con el discurso que defiende la guionista, a la que le falta tiempo para sacar de quicio a la mujer por los celos y presentar a un monstruo y su correspondiente damisela en apuros.
Completa el tomo una amena historia que «alía» a El Castigador y Spiderman. Escrita por Steven Grant (autos muy ligado a la figura de Frank Castle), esta historia de tres partes puede entenderse como una denuncia hacia los efectos nocivos de las drogas, que nublan el juicio, lo que, en cierto sentido, acerca a esta con las dos aventuras ideadas por Ann Nocenti. Los tres relatos incluidos en este volumen hablan, de una u otra forma, de la locura. El ritmo de la aventura es creciente en relación a las anteriores, la apuesta de Grant por las peleas supera con creces a la de Nocenti y en seguida vemos a los personajes soltar puñetazos o disparar sus armas. Aquí resulta interesante, por parte de Panini, el peculiar círculo que se cierra en la colección, pues tanto en Tormento (primer volumen) como en esta, Spiderman se ve acorralado por un enemigo que, cegado por el odio, lo culpa de su mala fortuna. Y Spidey simplemente reacciona ante la amenaza y se frustra por la ignorancia hacia las motivaciones y la identidad de su enemigo, luchando por mantener la cordura ante una situación que parece de locos.
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