El Dios del Trueno es el nuevo señor de Asgard. No solo ha heredado el trono de Odín, también sus poderes y responsabilidades. Como si de un Peter Parker nórdico se tratara (con Straczynski en los guiones la referencia es obligada), Thor ha de asumir su nuevo estatus mientras lidia con un personal sentimiento de culpa y las consecuencias de sus decisiones.
Este segundo tomo de la etapa del personaje post-Civil War sirve para echar abajo (más o menos) una de las argumentaciones expuestas en el anterior artículo: la falta de un arco argumental propiamente dicho. El desarrollo de los hechos que acontecen en este libro pone en contexto los del previo, dejando bien marcado el rumbo de la serie, que promete ser cada vez más interesante. Y sin prácticamente ningún tipo de acción, son todo tramas palaciegas. Ahora que están de moda producciones televisivas como Juego de Tronos o cómics como Saga y Wonder Woman, conviene retroceder hasta 2008 (fecha original de la publicación de las historias que ahora nos ocupan) para descubrir que el reinado de Thor no iba a ser un camino de rosas y que la palabra tiene tanto peligro como la espada.
Visto (o leído) en perspectiva, Dioses errantes servía para recolocar la mitología asgardiana en el universo Marvel y para allanar el terreno al tomo que tenemos entre manos (y siguientes). En aquel todo giraba en torno a Thor y la reconstrucción de su mundo. El futuro, libre de ataduras con el pasado, era el objetivo. Una quimera.
De una u otra forma todos debemos rendir cuentas a nuestro pasado, nos marca de por vida. Configura nuestro destino, por más que nos creamos libres. A través de una historia más coral (Thor comparte protagonismo con personajes como Loki, Balder o su álter ego Donald Blake) el foco en el destino y la familia, algo que queda bien reflejado en boca de Odín: «Dioses y mortales comparten una cualidad: para ser quienes somos, debemos matar a nuestros padres«.
Traiciones, manipulaciones, engaños, confesiones… Días de trueno no tiene nada que envidiar a los ejemplos antes mencionados. Quizás, por comparaciones, se asemejaría más a la obra de R.R. Martin por ahondar tanto en asuntos familiares como políticos. No olvidemos que Thor es un Dios y un nomnarca, tiene todo un pueblo bajo su protección. Aquí, con el desenmascaramiento y la aparición de viejos enemigos Straczynski sigue explorando el discurso del tomo anterior. ¿Somos realmente libres? Cuestión clave que marca el tono del libro.
De lo que tampoco se olvida el autor de Nueva Jersey es de dejar patente su crítica, esta vez centrada en los medios de comunicación y la forma en que los intereses políticos prostituyen los símbolos.
A los dibujos volvemos a tener a Olivier Coipel (algo flojo en comparación con el tomo anterior) y Marko Djurdjevic (el excelente portadista de la colección que ilustra también los dos primeros capítulos).
El Thor de J. Michael Straczynski es de las obras más interesantes que podemos encontrar dentro del panorama superheroico por una sencilla razón, no se limita, intenta aportar variedad y novedad en los temas. Se le puede reprochar cierta simplicidad en el tratamiento y en la concepción personajes como Donald Blake, pero esta obra adelantada a la moda esconde espléndidos villanos como Loki y unos giros argumentales que nos dejan totalmente pegados al libro.
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