Las propuestas versadas en el mundo de los no muertos son ahora demasiadas y por mucha variación que se quiera colar, el resultado no difiere demasiado tenga éste un formato televisivo o cinematográfico. Tanta es la euforia que el señor Pitt no ha podido dejar pasar la ocasión de meter mano en un seguro de taquilla e intentar hacer a un mismo tiempo dinero y una buena película de culto. Pero, como todo el mundo sabe, muy pocas veces se puede tener todo lo que uno quiere.
La historia no espera romper con lo establecido y hacer añicos las mandíbulas del respetable a base de sorpresas. El mundo se ha ido a pique y un virus ha mutado por todo el planeta convirtiendo a la mayor parte de la población en zombies. Un ex empleado de las Naciones Unidas que abandonó su trabajo para dedicarse a su familia debe encontrar una cura contra el fin de los humanos. Nada que no se haya visto antes.
Sin embargo, que los primeros párrafos de la reseña no lleven a engaño. Guerra mundial Z es un producto muy entretenido y harto disfrutable. Sus casi dos horas de duración son un no parar de correr, pelear, viajar y enfrentarse a personas afectadas por el virus que, en este caso sí, corren como alma que lleva el diablo. No podrá discutirse aquí que se ha buscado el espectáculo sin reparar en subtramas que aburran al espectador. Tal es el afán por dar al público una buena dosis de diversión veraniega que el último acto de la película debió reescribirse para quitar de en medio sensiblerías narrativas que roben minutos de carnaza.
Una reescritura que obliga a pensar en una película fallida. El final gustará a unos y a otros les parecerá poco acertado, sin embargo no parece ser ese el problema. La primera hora de cinta sienta unas bases en torno a la acción sí, pero también deja claro que detrás de todo el tinglado hay un director con algo que decir y maneras para hacerlo. No obvia el hecho de que el producto aspira a ganar dinero y por ello se nos ofrecen suculentas secuencias en las que la falta de aliento es el denominador común (si bien es cierto que la escena que suele resultar más icónica, la que abre la veda y nos presenta el nudo, es algo floja en su arranque). Marc Forster, cineasta con títulos admirables en su haber, pretende dotar a la familia protagonista de su propio drama y de esa manera facilitar la empatía (que por otro lado Brad Pitt ya tiene ganada de antemano). Con el nuevo libreto, el peso argumental de la familia se va enmudeciendo hasta quedar reducido a una mera voz en un teléfono que pierde protagonismo a dentelladas de muertos vivientes.
Brad Pitt es un valor interpretativo y económico, además de productor y de los inteligentes. Él es quien lleva sobre sí el peso de la trama y aunque está rodeado por actores con cierta fama televisiva, no importan mientras él esté en el encuadre. Hasta tal punto llega la desmesura del nuevo guión y el protagonismo de Pitt que Matthew Fox (el Jack Shepard de la serie Perdidos), de quien podría pensarse que es un buen reclamo, ve reducido su papel a un par de miradas y alguna frase suelta en dos secuencias en las que apenas se repara en su presencia. Dicho esto, el actor fetiche de David Fincher tiene tan medida su capacidad interpretativa que es imposible que falle, y más si los secundarios que comparten plano con él son tan ineptos que le facilitan su labor y la de su personaje (no tanto aquellos que dan vida a los personajes como éstos en sí, el científico más inteligente parece ser el soldado más tonto).
Acción a raudales, con un Brad Pitt aventurero que viaja por el mundo de punta a punta llevándose a los zombies detrás suya (su gafe en Jerusalén es para matarle a él directamente) y que sólo se permite un respiro para beberse una Pepsi bien fresquita, que la película es muy cara y el product placement (incluso si es de vergüenza ajena) nunca viene mal.
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