La insistencia de Hollywood en hacer volar todo por los aires no tiene límites. Nueva York suele ser la ciudad más castigada, sobre todo por catástrofes naturales, pero le sigue muy de cerca Washington y la Casa Blanca, objetivo favorito de terroristas, sean de este planeta o ajenos. Quien más empeño ha puesto en tirar abajo los cimientos del emblemático edificio ha sido Roland Emmerich, con su archifamosa Independance Day (1996) y Asalto al poder (2013), una película con una premisa prácticamente igual que la que ahora motiva este escrito (ni siquiera los títulos originales intentan llevar al espectador por otro derrotero) y que llegará a las pantallas a finales de año con las caras de Channing Tatum y Jamie Foxx protagonizando el entuerto.
En la que ahora ocupa estas líneas el protagonista es Mike Banning (Gerard Butler), un ex agente del servicio secreto del Presidente, experto en todo tipo de luchas (agente de los seals y esas cosas en las que estos héroes de acción están más que duchos) que ahora vive una vida apacible y aburrida como funcionario del tesoro público. Cuando unos terroristas coreanos muy preparados asalten el monumental recinto, hagan valer nada a un servicio entero de hombres sobradamente preparados y secuestren al mandatario, será él quien deba colarse en la casa e intentar deshacerse de los malhechores, devolverle la libertad a su viejo amigo y de paso salvar a la humanidad.
En esta ocasión no es Emmerich si no Antoine Fuqua quien, en la línea de la mítica Jungla de cristal (John McTiernan, 1988), hace emerger al australiano Gerard Butler como héroe de acción en un hombre solitario que, como no podía ser de otra manera, está atormentado por su pasado y busca una oportunidad de redención. Las escenas de acción están rodadas con la espectacularidad que manda el género y no tiene nada que envidiar a títulos de mayor envergadura pues las explosiones, las peleas cuerpo a cuerpo y la debacle están perfectamente coordinadas en escena. A pesar del manido arranque en el que es imposible no hacer que todas las alarmas de escepticismo salten (agente y gobernante son grandes colegas, éste tiene un hijo que adora a aquel, una tragedia les separa…), conforme el metraje avanza la narración torna violenta y no importa mucho más allá del espectáculo y la testosterona.
A pesar de que se deje el genial sentido de la sorpresa que guiaba la que hasta la fecha es su mejor película Training Day (2001), Fuqua demuestra tener bien aprendida la fórmula que rige este tipo de productos y no se salta ni una coma sin por ello dejar de aportar al resultado final. No teme a las calificaciones y deja ver la violencia tal como debe verse, los personajes resultan planos pero efectivos dentro de su nimio arco de progresión y consigue el propósito principal que no es otro que erigir a Butler en figura central. La pega inevitable es el patriotismo que tiñe todo y que, entendible en Estados Unidos, fuera de su país de procedencia chirria demasiado, sobre todo cuando la gente involucrada en el entramado son nacidos en otros países (siendo el mayor ejemplo el de, una vez más, Emmerich y toda su filmografía).
Gerard Butler ve con este filme (del que además es productor) elevada de alguna manera su carrera, no porque se trate del mejor papel que haya caído en sus manos, pero dadas sus últimas decisiones, esto puede significar un avance al ser el protagonista absoluto. Le acompañan con el peso dramático adecuado un Aaron Eckhart que cumple como máximo mandatario pero tan hombre de acción que resulta poco creíble y Morgan Freeman retomando desde otro ángulo el papel de Presidente que ya interpretó en Deep Impact (Mimi Leder, 1998). Triste resulta la carrera de Ashley Judd, que de protagonizar largometrajes destinados a hacer un buen papel en taquilla ha pasado a aceptar roles con tres minutos en pantalla.
Un buen filme de acción en el que, sin salirse de los caminos conocidos, cumple con la que parece ser su única intención: divertir y entretener.
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