De cuando en cuando los tipos duros de Hollywood necesitan dejar la violencia a un lado y demostrarse a sí mismos que si quieren pueden y son capaces de protagonizar historias en las que los puños y las armas no son necesarios. Movido quizás por las buenas sensaciones dejadas por compañeros de fatigas (en lo que a matar malos se refiere) en sus incursiones en títulos más «conversacionales» como Declaradme culpable (Vin Diesel) o JCVD (Jean-Claude Van Damme), Dwayne Johnson ha decidido aparcar momentáneamente sus bólidos rápidos y furiosos para producir y protagonizar El mensajero, relato (basado en hechos reales) sobre un auténtico Padre Coraje dispuesto a lo imposible por sacar a su hijo de la cárcel.
Dirigida por Ric Roman Waugh, la película funciona muy bien como entretenimiento a pesar de lo rocambolescas e inverosímiles de algunas de las situaciones que plantea; algo parecido a lo que sucedía con la fuga protagonizada por Russell Crowe y Elizabeth Banks en Los próximos tres días. Si aceptamos los supuestos que nos ofrece El mensajero disfrutaremos de este thriller dramático concebido para deleite de su estrella, si no, encontraremos muy pocos alicientes para darle una oportunidad.
Entre estos alicientes está la presencia de una Susan Sarandon que parece competir con Sigourney Weaver por ser la Samuel L. Jackson femenina, no se pierde una (lleva estrenadas 7 películas en 2012-2013). El suyo es el único rostro destacable en un casting que es, a todas luces, desastroso. Barry Pepper y su perilla aparentan más de tío chungo de barrio que de policía, Jon Bernthal se empeña en poner cara de no haber roto un plato, y Dwayne Johnson… bueno, nadie se cree que el bueno de Dwayne reciba una paliza sin devolver siquiera un golpe. Sus intenciones son loables, pero el papel protagónico que se asigna no casa con él. El actor lo intenta y se esfuerza por resultar convincente, pero esta es una de esas ocasiones en las que el físico es determinante. Nunca vemos a John Matthews, siempre vemos a Dwayne Johnson haciéndose pasar por John Matthews.
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