¡Menudo fenómeno!

¡Menudo Fenómeno!: Paternidad desmesurada

Hay actores a los que es extraño ver sin sus colegas de fechorías en la gran pantalla. Como el elenco actoral de la saga American Pie, o incluso Adam Sandler después de jugar con sus amigos de Niños Grandes. Lo mismo le sucede a Vince Vaughn cuando está sin Owen Wilson. El dúo casa tan bien como amiguetes de superproducciones que cuando están separados es normal acordarse del otro; hasta en Midnight in Paris era fácil imaginarse a Vince en esos viajes espaciales aconsejando a su rubio amigo, por mucho que fuera Allen el que firmase ese proyecto, y Owen merodease por tan sofisticadas calles, y no por las instalaciones de Google.

 

Ahora es al moreno al que le toca estar solo en esta aventura, metido en la piel de un don nadie. Si hay una celebrity en el panorama actual capaz de recrear al americano medio bonachón y que evoluciona de loser a crack, ese es Vaughn, el cual se interesó personalmente por este remake.

 

¡Menudo fenómeno!

 

Normalmente las versiones tardan al menos un lustro. Y es mucho más extraño que sean los mismos directores quien los hace. Ken Scott dirigió Starbuck hace dos años, y ahora el realizador ha pasado por el aro por el que ya cruzó alguien tan dispar a él como Michael Haneke con sus Funny Games, volviendo a exprimir su historia y reeditarla, cambiándole la nacionalidad pero repitiendo casi todos los planos, aunque ahora en una faceta más hollywoodiense.

 

Porque el argumento de ¡Menudo fenómeno! encaja de lo lindo dentro de la comedia al uso: David Wozniak, un repartidor de carne en el negocio familia que en su juventud vio un filón en las clínicas de donación de esperma al ver que el onanismo podía ser remunerado. Tal jugada le lleva a descubrir en el presente que tiene más de quinientos hijos biológicos y que 142 de ellos quieren conocerle. Dentro de esa extensa prole hay arquetipos para aburrir: el aspirante a actor, la ex yonqui, el deportista, el bohemio, la tía buena, el rarito, el luchador o el discapacitado que saca la parte más conmovedora de David, que se inicia en la paternidad de su hijo número 534 –su novia espera un bebé– haciendo de ángel de la guarda de sus hallados vástagos.

 

Vaughn es de esos actores querido y odiado a partes iguales dada su trayectoria profesional. Es él quien carga con la obra y gracia de la cinta, que sin ser la más original ni la más llamativa de su filmografía, lo desarrolla y lleva bien a sus compañeros de reparto. Cobie Smulders, canadiense como la obra original, se deshace del rol que la ha hecho popular en Como conocí a vuestra madre, y hace un papel antitético a su conocida Robin. Sin embargo, pese a ser simpáticos por separado para el gran público, la pareja carece de feeling creíble ¿Se requieren más risas en sus conversaciones? ¿O más efusividad? La diferencia de doce años de edad tampoco ayuda mucho en la búsqueda de esa chispa. Otro punto fuerte y políticamente incorrecto es el que aporta Chris Pratt, en un papel que podría ser para Wilson perfectamente; pero el joven actor se encarga de ofrecer con maestría la faceta gamberra de lo que significa ser padre y un letrado patoso.

 

El título original Delivery man (El repartidor) era mucho más especificativo, ya que alude al argumento, a la profesión del protagonista y hasta a su apodo de donante, Starbuck, cuál si de expendedor de cafés se tratara; siguiendo la costumbre española de cambiar los nombres, se ha tirado por uno más genérico de reserva que bien puede valer para otras diez películas más.

 

Deambulando entre lo cómico y lo lacrimógeno, recurso tan propio de la comedia made in USA, la trama es previsible pero ameniza con un trasfondo moral aludido en el celuloide en más de una ocasión. Problemas legales aparte, la historia se limita a mostrar a un Vince Vaughn entrañable como guía de su amplia descendencia en este manual de «Cómo ser el padre perfecto».

 

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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